Frenético, diatónico. Así comienza y empieza el final del festival de Jazz de San Javier. A los teclados y mil y un instrumentos digitales, Dave Grusin, bien conocido por sus periplos fílmicos; a la hollow-guitar, les paul-guitar y jazz-guitar el virtuoso Lee Ritenour; a los «palillos chinos» el negrata con más dientes de todo el festival Will Kennedy; y al bajo Tom Kennedy, ese blanquito con más flow en su cuerpo que un sexteto negro de percusión. En definitiva, magra y de la buena.
No sé si soy yo o el ambiente es especialmente distendido. No hay como en otros conciertos ese aura de expectación, de objetivos y de fraudes. Es casi imposible que algo salga mal, y si lo dice Alberto Nieto pues nos lo creemos. Dave Grusin y Lee Ritenour son dos conocedores de la costa ribereña que ya hicieron migas con el público de la región. Sinceramente me da igual que el festival de Jazz de San Javier se haya dedicado a pisarse el nombre a sí mismo derivándose años atrás, años ahora y años que vienen con otros estilos que no son lo que son o que no caben. Estos dos genios viran más al funk que al tradicional jazz, pero en todas sus canciones hubo jazz del que se encofra, se entierra en una isla y se marca con una X en un mapa pirata. El funk experimental, el jazz fusión y los mil y un apelativos del carajo que se puedan poner a estos genios a los que les resbalan las etiquetas es pura y magistral magia. Y quien se haya perdido el cierre, con todo el irrespeto del mundo, es un pobre diablo y un paria.
Lee Ritenour tiene clase hasta para rallar pan que es como comunmente se le llama a bajar y subir escalas a velocidad de f-16. Sus composiciones son tan milimétricas que todo casa y nada se repite, y si lo hace es porque se olvidó, es necesario repetirlo, más lento, más suave, más fuerte y más rápido. Lo mismo y necesariamente distinto. Lo peor de esto, cuando se queda solo tocando. Y no por él, sino por los ruidos del sistema técnico de sonido. Y no es la primera vez que se oyen, en casi todos los conciertos. Un problema que este festival deberá solucionar ya que cada año las entradas son más caras.
No hay complicidad, es un complot total. Estos músicos se miran sin mirarse, se dicen cuatro cosas y se descojonan vivos de la música que están ejecutando. ¿Por qué? Porque se están cachondeando de nosotros. Los parones y los cambios son dramatizados por Will Kennedy mejor que un gesto de Marlon Brando. Tan natural e impredecible como un juego de niños en le que gana aquel que consigue los acordes más divertidos acompañados de guiños que transmiten la increíble complicidad entre ellos.
Llega un punto en el que las partituras de Lee Ritenour se caen y las pisa y las aparta. Le da un micrófono a Dave Grusin y éste se queja de que los demás son demasiado divertidos y que él como hombre decente debería estar en su casa durmiendo «Bed’s Time, a lot of fun». Ya, si es que está mayor, pero ni tú con 25 tocas con la sensibilidad, paz y armonía que toca este hombre. Ni la prestreza. Le dejan solo en un tema de la película Un Lugar Llamado Milagro, una de tantas y de tantos grammys. En fin, vuelven todos y Tom Kennedy se resbala por su bajo contrabajo eléctrico. Fue un chaval tradicional. Un indeciso entre lo acústico y lo eléctrico y al final se dedicó a la fusión y fusionó hasta su bajo. Un contrabajo famélico que funciona por pastillas. Y le falta mástil. Se resbala he dicho. Pero no se cae. Así es el jazz, salir sin rebasar la línea y por más que nos palpite el corazón con la amenaza de la equivocación aquí aguantamos, viendo como Kennedy se resbala otra vez y bromea. Este es el mejor bajista que ha pasado por aquí. ¿Y ahora qué? Pues él y Ritenour solean. Él con su bajo contrabajo y el otro con la guitarra española eléctrica hueca. Y se ponen a jugar entre ellos. Se hacen muecas. A Kennedy parece haberle dado un ictus, pero no se equivocan. Ellos son jazz y son la fusión.
Tocan Lay Down y parece que dicen adiós. Funk impresionante. Excepto Grusin todos están excelsos de ímpetu. Los de Bassment Project tienen mucho que aprender de estos cuatro. Estos músicos han cerrado una edición que recordaremos por grandes momentos que nos ha dado la fusión que, claramente, es por donde evoluciona y mejora cada día el jazz. Ni grammys ni leches, el juez y parte fue San Javier, y San se acabó.
Fotografías de Kiko Asunción. Anotaciones de Leyla GH
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