Otra tarde de domingo. Miras por la ventana, y ¡sorpresa!: el tiempo sufre uno de sus trastornos de carácter comparable al desamparo que causan las migrañas. La puerta se abre, se trata de tu compañero de piso, profesor de matemáticas.
Y tú empiezas a hablar, claro (al final siempre terminas por hacerlo, ¿no es verdad?).
Le cuentas la anécdota que te ha molestado de esa clase, el ejercicio de audición (listening) Whiskey in the Jar, le explicas. La versión de Metallica. Los estudiantes no supieron reconocer ni la canción ni el artista. No saben nada posterior al último verano, le explicas.
Entonces empiezas a elaborar un resumen del estado de la cultura (la masa movida por las redes sociales y gustos contemporáneos, corporaciones en la sombra que marcan nuestros gustos) sino que encima señalas a esa estudiante que lleva una camiseta de “Life Aquatic”.
¿La película de Wes Anderson con Bill Murray? ¿La de los delfines hechos por Henry Selick, el director y verdadero autor de “Pesadilla antes de Navidad”?
Ése es el problema.
¿Una adorable estudiante fan de la filmografía de Wes Anderson es el problema?
No, el problema es la falta de referentes. O tenemos música comercial tipo Flo Rida o una corriente manierista y sentimental aparentemente alternativa que sin embargo termina resumiéndose en una postal vintage. ¿Al final? La misma masa movida por el mismo ruido.
Entonces (cuando por fin te callas) tu amigo te habla de las ecuaciones e integrales que ha enseñado en el instituto, integrales y tangentes que plantean brechas espaciotemporales y mantienen presas enteras, aunque a cada palabra que comenta tú sólo puedes pensar en una cosa:
¿Por qué no le enseñáis a los niños a usar la calculadora y ahorrarles el trabajo de desentrañar X?
Bueno, ahí está la gracia.
Entonces tu amigo te mira y te lo dice: la gracia es que tienen que descubrirlo. Tienen que dejar de pensar por unos momentos en sí mismos, olvidar todo lo que les rodea y concentrarse en solucionar un problema. Ése problema. Y después otro.
Pero eso son problemas que ellos ni les van ni les vienen.
Bueno, tal vez sí, igual que nadie elige los problemas que le tocan. Y créeme, no van a ser tan fáciles de resolver como escribir en Twitter. Va a ser un camino lento, y también aburrido, absurdamente complicado y estúpido, como la mayoría de los problemas que tendrán durante su vida.
Pero de todos modos, la mayoría va a pasar de resolver la X.
Entonces alguien les marcará el camino por ellos. Supongo que la cultura (que es el producto, el resultado final de la educación) no es tanto saber cómo enseñar cómo pensar, enseñar a prestar atención a lo que realmente importa. Lo que realmente merece la pena de lo que no.
Pero eso va a ser difícil.
Ya…Y entonces el profesor de matemáticas me mira, y me dice. ¿Y tú qué problema tienes con que los niños escuchen Flo Rida?
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