Últimamente paso mucho tiempo conduciendo, lo que me deja disfrutar de uno de los mayores placeres de la vida: escuchar música en el coche. No sé si es cosa mía pero las canciones suenan de manera muy distinta cuando las pongo a un volumen ensordecedor y las canto con una pasión enfermiza esperando que nunca nadie pueda oírme. Si ya abro las ventanillas, rozo la felicidad. Por eso me dejo de autovías y chorradas y me voy por la nacional –para que el viaje sea más largo y para que el aire se lleve mi voz-.
Este mes, mi obsesión musical ha sido Jero Romero y «La Grieta» iba sonando en bucle en mis altavoces. Es que su voz… ¡ay su voz! Pocas tan características como la suya aquí en España, ¿o no? Una voz que te coge fuerte la cabeza para no soltarla ya nunca. Una voz que canta letras sutiles, luminosas y bonitas, sí, porque son bonitas y no quiero usar otro adjetivo porque lo son. Como lo es la casa de paredes blancas brillantes de sol en la que parece que estoy siempre que escucho a Jero; como el dibujo de un niño lleno de colores y formas; como las anémonas que compré el otro día. Lo bonito cobra vida en unas canciones cuya cotidianeidad alumbra un abrazo brevísimo que une dos imanes que se atraen como adolescentes enamorados: el dolor y el placer.
Algo parecido a ese abrazo experimentamos el pasado sábado en el concierto que los Jero Romero dieron el pasado sábado en el Teatro Villa de Molina de Segura. Y digo “los Jero Romero” porque ahora detrás de esa inequívoca voz, hay una banda que quita el hipo. Creo que verlos tocar en directo es un descubrimiento musical pero, sobre todo, un descubrimiento sentimental. Los cinco, Jero Romero, Charlie Bautista, Alfonso Ferrer, Nacho García y Amable Rodríguez se vuelven un único músico en el escenario, no sólo por lo cerca que están unos de otros, sino por la absoluta complicidad y concordancia que hay entre ellos. Se miran a los ojos, se sonríen y parece que hasta se cantan al oído. Se me pone la piel de gallina. Parece que no están frente a nosotros. Parece que están lejos, muy lejos de aquí, sin nadie que los observe o los distraiga o los convierta en algo que no son. La impostura jamás los llegó a conocer.
El setlist no puede ser más embriagador. Todas y cada una de las grietas del disco suenan alternadas con más de dos y más de tres cabezas de león. Y creo que es la primera vez que las escucho, y a la vez siento que llevo escuchándolas toda mi vida. Sensaciones contradictorias. Campos electromagnéticos que parecen afectarnos a todos los que allí estamos. Jero dice que “se lo está pasando de puta madre” y las caras de los que están a mi alrededor dicen lo mismo: algunas sonríen, otras están cubiertas de lágrimas pero todas mueven los labios, todas cantan. Las canciones golpean, pero también abrazan. Duelen y curan. El drama no es que sólo haya amor.
Disculpadme, me voy a coger el coche. Ya sabéis lo que necesito.
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