En la noche en la que Freddy Cole recibía el premio del festival de Jazz San Javier nosotros recibimos una lección de jazz. Eso sí, de un jazz somero, un jazz que, como reza el título, fue de andar por casa. Freddy Cole camina corvado y deja colgar sus brazos que bien podrían tocar el suelo. Pero la cuestión no es la vejez, es la madurez tocando. Es un paseo a ojos ciegos del que repite un mismo camino día tras día. No entrañan esa furia ni el descaro de la juventud, te hacen sentir una vieja séptima de jazz, con sabor añejo. Si se miran es para controlar que los otros están al loro, pero es mero protocolo, saben que nada va a salir mal.
Escuchar a Randy Napoleon (guitarra) es una delicia, porque además lo hace con la dulzura que solo transmite tocar con los dedos al más puro estilo Pass. El único virtuoso del cuarteto que sin ir más lejos que el resto aporta con una sonrisa la nota más disonante. Freddy Cole camina lento. Su atuendo de cerrajero le quita seriedad. Las pantuflas que viste en los pies ya terminan por hacernos ver que es donde está, en su puñetera casa, tocando con sus colegas y cuando termine, sin decirles adiós, los va a echar de un portazo y se va a servir un escocés. Y esta es la actitud que tenían y siguieron teniendo cuando el sistema eléctrico del festival se fue al carajo. Pero ellos, sin problema alguno siguieron tocando en el momento que las cucarachas aprovechan para escapar.
El público aplaude cada verso de Freddy. Él no lo pide, pero ellos siguen, aunque cada vez menos. No llega a calar el mensaje y el público deja de aplaudir. Los abonados sí lo siguen haciendo. Supongo que estamos asistiendo al clásico respeto a una eminencia que es correcta, pero no genial.
Mientras tanto, Curtis Boyd (baterista), esgrime una cara circunspecta. Todos los músicos tenemos una, y de cada una de ellas se podría escribir una tésis. Pero la de Curtis es especial. Deja vencer su cuello hacia la izquierda con una inclinación diagonal de 30º hacia su jefe, se muerde el labio y saca los ojos. Sí, los saca, y sobre todo cuando decide, “porque sí”, darle dos o tres hostiazos de bruta intensidad a la caja.
Finalizando el concierto sale Alberto Nieto junto al alcalde de San Javier para hacer entrega del premio a la carrera de Freddy Cole. Un galardón merecido para un hombre con una historia musical enorme que ha llegado a estos días regalando un estiloso jazz clásico a los presentes que lo ovacionan. No estará en sus mejores días, no hará gala de un registro vocal que le permita enriquecer sus melodías, pero al fin y al cabo es lo que tienen los géneros más primitivos, esa ausencia de virtuosismo que no se puede explicar, que solo se entiende cuando se escucha.
Para cerrar la noche vino la Seda Jazz junto a Soledad Giménez (ex Presuntos Implicados) luciendo un escote que a más de un cuarentón le hizo revalorar el precio de su entrada. Consigo traían al saxofonista y compositor Eladio Reinón que ya había colaborado en composiciones con Bebo Valdés, el sujeto al que iban a homenajear interpretando canciones de la película Chico & Rita.
Con esta big band abanderada por Francisco Blanco (saxo barítono) disfrutamos de una clase ilustrada de jazz. Todas las referencias a sus temas estaban servidas y para los amantes de las secciones de vientos fue un lujo contar con músicos que a su vez son expertos solistas. Cada soleo de David Pastor (trompeta) era un estruendo, por mencionar a alguno. Pero si algo destacó por su genialidad fue la exquisitez de la sección de saxos que manejaban a su antojo una big band de sonido pleno.
El momento más especial de la noche llegó con la colaboración de la SedaJazz y Freddy Cole junto a su guitarrista. La conjunción de ambos fue espectacular y consiguieron lo que no pudieron lograr por separado, un espectáculo excitante.
Cuando la big band quedó sola giré mi cabeza para controlar las reacciones del público. Frío como un témpano. Pero en las alturas, muy cerca de las vallas, se contoneaba un señor entrado en carnes con la energía que el resto no manifestaba. Pudo defenestrarse grada abajo, pero todo salió bien. Su vida a salvo, aunque Sole Giménez, falta de aliento y de quiebros vocales que denotan graves ausencias, no pudo evitar que el auditorio se fuera vaciando. No mucho, pero lo suficiente para comprender que en este festival aunque las señoras griten que la gente no tiene ni puta idea de música, aunque los gordos se tiren por las cornisas y los abonados aplaudan hasta a los pipas, hay que traer un espectáculo enérgico, y una propuesta que no se encubra en etiquetas.
Fotografías de Pedro Antonio Álvarez García.
No Comments