Lo primero que sorprende es el patio de butacas. Mesas redondas rodeadas por sillas de plástico, repartidas como boyas alrededor del anfiteatro.
Nadie está por delante de nadie. Tampoco por detrás.
El público entra por la puerta cargados con bolsas. Nadie les dice donde deben sentarse. Los padres y las madres reparten servilletas de papel. El aluminio cruje, mojado por las latas que sudan hielo. Los críos cuelgan sus piernas de los asientos de plástico, protestan, sus madres les colocan cojines. Y entonces se callan.
Hay también otros niños. Llevan bastón y andan despacio. Los he visto antes, cerca de los columpios. Jugaban al dominó (ratatatatata, sonaban las piezas blancas y negras en los bancos). Ni siquiera les importa el póster de la película. Aquí nadie necesita gafas para ver.
Se levanta una brisa. El cielo está plagado de sombras. Libélulas y murciélagos, y hasta una serpiente de diez metros. Su sombra gruesa se desliza ladeándose por la pantalla blanca hasta perderse tras los árboles del muro. Me pregunto a dónde irá.
Luego está el olor. Allí no huele a aire acondicionado ni a alfombra recién aspirada, ni tampoco a desinfectante de baño. No. Huele al jazmín de los setos de detrás de la pantalla, a pan tostado. Cosas que puedes ver.
Aún es de día cuando empieza la película. El ácido acético es una composición alquímica, tan extraordinaria e inverosímil como imaginar que el aire pueda convertirse en oro. También es algo más: el ruido de fondo que da sentido a una película mayor. Los fotogramas se viven entre los hombros que se tocan, los vasos que se rellenan y las manos que se encuentran en la oscuridad.
Las estrellas salen por encima de los edificios, distancias de años luz que nos hacen entender una verdad aplastante: estamos solos. Elaboramos colecciones de digitales que caben en el filo de una uña y nos llamamos melómanos y cinéfilos. Sabemos mucho pero cada vez entendemos menos.
No es un secreto: el cine de verano desaparecerá tarde o temprano. Pero esta noche las luces aún se encienden cuando la película termina. Las sillas crujen. Los muros permanecen intactos. El cine está prácticamente lleno, y entonces lo sé. Estamos vivos.
Y eso me gusta.
1 Comment
Muy bonito y muy de verdad todo lo que dices.
Me encanta el cine de verano! Suelo ir más al de Murcia Parque que me pilla más cerquita de casa. Ojalá no se pierdan nunca porque son una auténtica maravilla!!!