El Teatro Circo se ha convertido en un desván de la memoria. Ahí, entre la oscuridad hay cajas, recuerdos y humo. Hay quien enciende una cerilla. Habla, la apaga. Nada. “¿Y si yo después de hacerse la oscuridad espero poder ver esa luz la que te anuncia que es el acto final? ¿Y si no se abre el telón y todo se apaga?”.
Pero en el espejo se hizo la luz y ahí estaba la banda, rodeada de cajas de cartón, embalando lo que podrían ser los recuerdos de sus etapas previas. Podría ser el epílogo final de Love of Lesbian, pero Espejos y espejismos, es el espectacular preludio que quieren regalar a los lesbianos, toda esa gente que los ha seguido y los empieza a seguir, antes de comenzar una nueva odisea en el estudio de grabación y los escenarios.
El teatro… ¡ay, la magia del teatro! El escenario no funciona como uno cualquiera. En el escenario sucede la magia del espejismo. Love of Lesbian se ha multiplicado, este día no mantiene su formación habitual de cinco componentes. Bueno, la formación que mantienen desde las últimas giras es de seis, el último en incorporarse es Dani Ferrer, cuyas manos se mantienen en los teclados. Pero además de los músicos, hay dos actores más, Guillem Alba y Blai Rodriguez, que uniformados de negro, dan vida al innumerable atrezzo lesbiano: las imágenes que sugieren las letras y sus protagonistas toman cuerpo en las tablas.
Entre canción y canción, la voz de Santi Balmes no para. Es el hilo conductor. Sus monólogos, algunos creo haberlos oído ya. De esos, algunos no han variado mucho con los años. Es una manera de presentar las canciones que vienen. Sin embargo, llevo tiempo sin escucharlos, y me ponen nostálgica. Les da tiempo a hablar de su gira veraniega, El poder de la tijera, de la que tengo entendido el show se torna más excéntrico de lo habitual y presentan las canciones de Nouvelle Cuisine Canibal como aperitivo lesbiano de lo que está por venir.
“¡El Teatro Circo es un sitio cojonudo!” dice Santi Balmes asombrado y deshaciéndose en halagos, pues dice que es de los sitios más bonitos en los que han tocado. Se sienta con Julián en una caja del escenario cerca, muy cerca, de las butacas. Continúan hablando de El poder de la tijera de este verano. Parece que ha sido divertido. Un “¡te quiero!” irrumpe en el teatro justo antes de que empezase La niña imantada, dejando dos jocosas caras de susto, y, entre butacas, alguna que otra carcajada. Parece que esa espectadora tenía ganas de escuchar la historia de aquella chica cuyo magnetismo terminó teniendo una canción.
Este tema es una de las joyas de la corona de la corona de Love of Lesbian; sin embargo, hay que decir que 1999 tuvo más fuerza. Quizá el momento más esperado por todos. Sombras chinescas aparecían tras un lienzo blanco iluminado por una potente luz blanca, ahí se definían dos siluetas, una de ellas parecía la icónica chica del flequillo que aparece en el vídeo de Lyona. Y a este himno de corazones rotos, le sigue 2009. Algo de lo que apenas he sido consciente, pero tiene su lógica. Aunque hay vida más allá de este año.
La utilería, el atrezzo o la escenografía y todos los juegos de luces son impresionantes. Por este particular desván de la memoria se pasea frenéticamente una luz color roja alrededor de las cajas de recuerdos, las bolsas de ansiedad se engrandecen y agigantan, aparecen una especie de globo en forma de dirigible, una marioneta abraza a Balmes mientras suena Un día en el parque y a lo largo de la canción se va empequeñeciendo hasta que la guarda en una cajita… El hiperrealismo es la clave. Y ella. La otra indiscutible protagonista de las memorias de la banda. Esa chica a la que van dirigidas muchas de las canciones, aquella que rompió el corazón al músico, y aquella que representa el fracaso amoroso de muchos de sus seguidores. Y a ella, cuenta Santi Balmes con mucho cariño, es a quien llama para darle las gracias, porque sin ella esto no habría sido posible.
Vuelvo al almacén de la memoria, dan la vuelta a muchas cajas. Se convierte en una ciudad antes de comenzar con el brindis a Los días no vividos con vasos imaginarios:
No recuerdo, una anti-historia mejor,
de contenido incierto.
Y alzo el vaso, más vacío que yo,
lo elevo hacia el infierno.
Por lo que quizás seré,
y lo que queda por hacer.
Sin brindar, celebraré…
los días no vividos
Hay quienes levantan el brazo haciendo el amago a quienes le invitan a hacer lo mismo desde el escenario. Le siguen Wio, que les hace ponerse una gabardina para transportarnos a aquel melancólico mar de gris ciudad. Y tras este pequeño paseo, deciden bajarse a tocar entre las butacas. Cualquiera que entrase en ese momento al teatro y no supiese qué pasaba ahí pensaría que era una pedida de mano. Son tan extravagantes que podrían haberlo simulado, pero no ahí están regalándonos dos bonitas versiones acústicas de Me llaman octubre y Segundo Asalto. Adentrados entre las butacas, los instrumentos totalmente desenchufados, sin trampa ni cartón. Ahí la única magia es la del acústico y todas esas personas que hay a su alrededor.
Después suben de nuevo al escenario, y como al público le encanta escuchar monólogos lesbianos, mientras dan la vuelta a las cajas. El escenario ha vuelto a transformarse: ahora parece un pueblo una noche de fiestas. Una fila de farolillos de luces adorna de una punta a la otra el fondo del escenario; y en una ventana de cartón, hay un jarroncito de flores rojas. Universos infinitos y una Limusinas que en la vida la había escuchado en directo. De eso se trata, de rescatar su «repertorio más seriote». Una grata sorpresa. Pero Oniria e Insomnia es la guinda del pastel:
«Atrévete a acompañarme, vamos a dar un paseo por los cables»
Sabía que teníamos que ver a los equilibristas, pero no cómo iban a aparecer. De un extremo a otro del escenario, Guillem y Blai se encargan otra vez de hacer magia, sacaran a bailar a dos marionetas que andarán por un alambre, culminando la emotiva atmósfera de este tema de La Noche Eterna/Los días no vividos.
Anuncian el final, no parecen dejarse algún tema… Dicen que ya es hora de irse, y que su epílogo es Maniobras de escapismo. Tras este “epilogo” la gente se levanta y aplaude. El teatro vibra… Pero como escapista, Santi Balmes se ha metido en una caja y cuando la luz vuelve tras un sonoro apagón. Aparece, como bien se diría, por la puerta grande, la del público. Todo muy teatral.
Así que no, no podrían acabar el espectáculo así si están repasando todos sus éxitos. ¿O es que El Club de Fans de John Boy no es quizá su éxito más rotundo? Voilá, efectivamente y como no podían dejarla en el fondo de una caja, la sacaron. Santi Balmes la interpretó con un divertido acento argentino marcado por una melodía de tango por las manos de Daniel Ferrer. Entonces,el espectáculo ya podía anunciar su fin. Dice que tocarán dos temas más porque sí, pero sabemos que no pueden dejarse en la guantera Bélice y un aperitivo caníbal llamado Manifiesto Delirista. Y ahora sí, el teatro entero, de pie, les dedica una enorme ovación.
Recuerdo la primera vez que los vi, fue en la sala Garaje Beat Club, cuando todavía se llamaba El Garaje de la Tía María, e iba con tres amigos, que también se habían quedado sin entradas en diciembre, los pocos de mi entorno que conocían al grupo. Hablo de enero de 2010, creo, y por aquel entonces aquella banda de nombre casi impronunciable trataba de cerrar el primer capítulo de 1999. Hoy iba sola y me encontraba rodeada de grupitos de amigas(amigos también, pero abundaban más ellas) y de parejas, muchas parejas. Aunque no me sentía incómoda. Fue como ver una película o una obra de teatro, al final la sensación es individual. Antes Love of Lesbian nos transportaba a una película… de amor, más bien de desamor. Pero, ahora con Espejos y Espejismos, no estamos en un cine. Nos encontramos en un teatro con un espectáculo diferente, entrañable y muy nostálgico.
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