La mujer le comenta al marido. “El otro día vi una película chulísima. Se llama «Gayplash», no, no, «Güiplash». Tocaban algo así como jazz divertido, una cosa parecida a esto, pero el maestro era muy malo.” Es mi preludio particular. Me da por pensar cuantos verdaderos duchos en la materia hay entre el público. Yo no soy uno de ellos, pero Chucho Valdés sale y los aplausos enmascaran mis pensamientos. Su lento caminar y una mochila en la espalda dan a entender que ha pasado más tiempo sentado en una banqueta del que debería. Pero al fan no le importan los problemas del artista, máxime cuando le han hecho desarrollar un arte tan exquisito.
Hay músicos soberbios, extravagantes, risueños, estúpidos, hay músicos que abandonan sus conciertos antes de tiempo o que desprecian a su público. Y luego hay músicos como Chucho Valdés que no son ni extravagantes ni risueños ni soberbios ni desprecian a su público. Son músicos silenciosos, que no creen en esa necesidad comunicativa a través de la palabra. “Que tío más soso, copón. ¿Pa’ qué le ponen un micro si no lo va a usar?” Se oye al salir en los pasillos del TCM. Deben saber que han venido a ver un recital, no a que el latino les cuente chistes con acento isleño.
Con esta premisa el pianista saca toda su artillería desde la primera canción. No deja lugar a eso tan bonito que es la transición paulatina ni a la preocupación que provoca en el público los años que pesan sobre sus manos. Pero estas siguen lánguidas. La fórmula es clara: enamorar y asombrar a partes iguales. Y en esa segunda parte es cuando más levanta al público, que quiere ver deshacerse las teclas del piano en fricción con sus dedos hechos centellas. Una velocidad que en contadas ocasiones desvirtúa las canciones. Cuestión de formato o exceso de virtuosismo, bien es cierto que el abuso de la excelencia puede llegar a cansar.
Chucho nunca fue su padre, es algo distinto, vira más al jazz clásico y no lo esconde. Pero también hace internadas en los temas más populares como Quiéreme Mucho, que comienza en el estándar y lo redondea con un enorme giro al más puro jazz-out. Esgrime un violento y bravo “quiéreme” a golpe de tresillo a una tecla. A los dedos de Chucho le faltan mitad de cuarto de piano. Cuando consiguió ese cacho se lanzó con la que provocaría un infarto comunal: Blue Monk. A sus pies, en primera fila, la cabeza de un hombre yacía sobre su hombro derecho. ¡Un muerto! El pie de Chucho ya no sabía que contratiempo seguir y aquel hombre debió sincronizar sus ritmos cardíacos con él. Cien microinfartos después el hombre fenecía en su asiento de 20€. Y aquí estamos, con un cadáver en un teatro que en ausencia de percusiones suena delicioso. Valdés se aprovecha. Ya a penas se levanta para agradecer los aplausos que cada vez calientan más. Se chupa los dedos al acabar las canciones, se mira las palmas, pero jamás al público. Un humor y un gesto casto que le cambia a la hora de interpretar Atumn Leaves. Quizá se preste menos, pero el virtuosismo esta vez es más comedido y aún así hace que le cambie el gesto. Mueca en boca y cuello al costado acaba por hacerle pegar un salto de la banqueta al finalizar.
En mi infancia, veraneando en Lo Pagán, cuatro gitanos me endosaron 50€ en la mano a las 12 del mediodía para que fuera a comprarles cocaína. Por aquel entonces obviamente yo no sabía lo que era el jazz latino. El mediterráneo le queda muy lejos al caribe. Tanto que allí la cocaína es su son. El .1 el .2 el .3 el .4 el .5. Imagino a Chucho mandado por su padre yendo a comprar el Hanon (libro para mejorar la técnica al piano), inocente de él, para metérselo por la tocha y convertirse en el mayor toxicómano que hoy por hoy tiene Cuba. Esto es una facilidad que sin duda le permite volver al tresillo en el Concierto de Aranjuez.
Se despide. Vuelve. Toca. Palmea. Sin hablar anima al público. Todos palmean. Ríen. Lo pone difícil. El público se divierte. Lo pone imposible. Paran. Escuchan. Se maravillan. Perdonan que no haya hablado. Chucho Valdés dio un concierto que resquebrajó los cimientos del Teatro Circo. De los que no olvidas hasta que ves a otro mejor. Por eso quedará grabado en las cócleas de los allí presentes hasta que quizá un Richard Bona le plante cara, o quizá no. La inauguración del ciclo Jazz & Black que ha hecho el Teatro Circo de Murcia ha pasado del reto a la pesadilla para los siguientes artistas.
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