Iré al grano: 10.000 km es la mejor película de los goya. Y con eso quiero decir lo que quiero decir, ni más ni menos. El por qué atiende a numerosas razones, pero si tengo que alzar una por encima del resto, me quedo con su implacable capacidad para sujetar el espejo más incómodo que se pueda sujetar sobre nosotros.
Ver 10.000 km es vernos a nosotros mismos. Puede que nos veamos en la actualidad, puede que nos veamos a nosotros mismos hace un tiempo, pero nos vemos en algún momento. Y es que las relaciones son “cosas” tan curiosas, que dan hasta miedo. El texto de nuestro compañero Pablo Cerdá lo demuestra: una parte de su diario personal cuaja perfectamente con una parte del nuestro.
Con esta pequeña maravilla pasa lo mismo. Tal vez no hayamos vivido las relaciones a distancia (o sí), pero no podemos dejar de sentir en nuestras carnes lo que los dos (enormes, grandísimos, gigantescos) protagonistas viven. Ver como la única persona que de verdad te conoce, termina por desconocerte por completo.
Es increíble lo que Carlos Marqués-Marcet nos cuenta, y es increíble cómo lo hace. Ya desde el inicio me enamora, con esa escena de sexo tan larga, tan natural, que pertenece a un plano secuencia exquisito que graba la vida, sin más. Lo que continúa es duro, y aún imaginando qué va a pasar, la película huye de su propia deus ex machina (un amigo me dijo que nunca aprendería a usar esta palabra, así que debo seguir intentándolo) en todo momento.
Lo que comienza como un simposio sobre el uso de las nuevas formas de comunicación, brillante por cierto, acaba convirtiéndose en un tratado de desamor. Y de repente nos hablan de que es necesario oler, es necesario tocar y es necesario chupar para poder conservar cualquier amor. Y con todo el pesimismo del mundo también nos cuenta que, por más que se quiera a alguien, a veces no podemos evitar que se convierta en alguien irreconocible para nosotros.
Con un presupuesto limitado, con actores poco conocidos pero inmensos, con una crueldad que abre carnes y con un final que pone el broche a una joya en bruto indiscutible, nos vamos cabizbajos de la sala, acordándonos de esos momentos con esas personas en los que nos separan apenas unos centímetros pero, con un dolor que resulta insoportable, los sentimos como 10.000 km.
No Comments