El año pasado tuve la oportunidad de ver dos dispares reuniones, de bandas diferentes. Los Replacements y los Strokes. Dos bandazas que por azares o por el parné volvieron a girar. Los primeros lo hicieron porque nunca se habían comido una rosca. Los segundos porque trincan más que Bárcenas y Rato juntos con cada bolo que dan. No este el caso que nos ocupa, pero la pela es la pela y los 091 no iban a ser una excepción en su vuelta a los tablaos. Y benditos machacantes que nos permiten a los jóvenes, fanáticos y nostálgicos revivir tiempos pasados. Y por eso, el jueves en Murcia, estaba marcado en rojo, como la noche de la reunión de Los Cero en el Auditorio Víctor Villegas.
Son una banda que por lo visto estaba envuelta en el malditismo, aunque no estoy de acuerdo con esto. Ya que cualquiera que vea alguno de sus conciertos podrá ver lo mucho que significan las canciones de los andaluces para su público, y eso no es estar maldito. Eso es ser mítico. No vender discos no significa que seas un mal grupo y viceversa. Tres tipos que tienen apellido García en las guitarras y las voces. Un bajo y un batería terminan de componer el quinteto que sacaron 7 discos y que se separó indefinidamente en Granada en el 96.
Más de media hora antes, las puertas del auditorio ya tienen bullicio. Se avecina una gran noche de rock. En la explanada de la Fica, bandas de marcha procesional se pelean entre sí por sonar más fuerte y devotamente. ¿Será que dios estará de nuestro lado? Conocí a 091 tras descubrir a Lapido. Y gracias a él ahora disfruto de las redondísimas canciones de los granaínos. El patio de butacas está lleno y las plateas tienen gente.
Hay gente mayor. Pocos jóvenes. Hay algún crío traído por sus padres. Mañana podrá decir orgullosos lo que ha presenciado en el cole. La gente está ansiosa. Empiezan con una instrumental que básicamente sirve de bienvenida. Con el primer riff de Jose Ignacio, la gente ya da palmas. El sonido es perfecto, copón. Uno de los mejores que he presenciado. Se distingue al milímetro cada sonido. Con la primera sílaba de Jose Antonio todo el mundo está en pie. Con el primer fogonazo de las tres pantallas le luz al chaval pequeño se le iluminan los ojos y empieza a saltar sobre su butaca. La gente corea cada estrofa. Han tenido 20 años para repasarlas.
“Todo a vuestro alcance, pero nada os pertenecerá” o “La espina es el lado bueno de la rosa” frases lapidarias que solo un grupo con Lapido puede tener. Da muchísimo gusto ver las caras de felicidad de la gente. Ni todo el oro del globo puede comprar estas sensaciones de felicidad que estoy sintiendo de la gente emocionada. Tengo los pelos de punta de comprobar la respuesta. La emoción se trasmite de corazón en corazón por la sala y toda ella me provoca una turbación.
A lo mejor el problema de la liquidez y la inmediatez de la sociedad del 2016, es no conseguir calar tan hondo como los 091. ¿Realmente las bandas de hoy en día dejaran tanto poso? Pocas. Quédate con alguien que te quiera tanto como los fans al grupo de la ciudad con nombre de bomba.
Jose Ignacio sostiene su mítica Gibson roja con tanta solidez que parece que va a quebrar el mástil. Hacen un solo de guitarra simultáneo. Corean los cuatro. Hacen cánones entrelazando sus voces. “Seguimos caminando sin avanzar” ¿Se puede hacer rock más cincelado? Dímelo tú. “La multitud crea solitarios”cantan.
En medio de los temas la gente ya aplaude. Con los gritos de Ceeero Ceeero, el público les dificulta seguir. Tocan unas baladas creando intimidad con 700 personas delante. La gente está embobada o en éxtasis. El tipo que tengo al lado me dice que estuvo en el último concierto, en la discoteca La Carroza en el 96, un año después de que se inaugurase este auditorio.
Las letras de Lapido y por ende de 091 están bañadas en una serie de motivos repetidos: nostalgia esperanzada, metáforas cargadas de sentido. No caen en los típicos tópicos. Bunbury, Loquillo y Fito mascullan, me cago en todo, como se me ocurrió esta estrofa a mí. “Por el camino equivocado, que no tiene fin” cantan.
De vez en cuando Víctor, cuando José Ignacio le permite, el que deja los riffs acompañantes y es el que toma el mando con los solos. Suenan a artillería pesada. En los medios tiempos sacan todo su arsenal. No tocan muchas canciones rápidas. No les hace falta. Aunque homenajean el mismísimo “God Save the Queen”. Hay muchos móviles y se nota que ya no estamos en el siglo XX. A veces incluso el vozarrón de Jose Antonio, que consigue destacar entre tanto aparataje, se confunde con las voces del público.
Mientras media España se centraba en la movida en los ochenta y en los noventa nacía el indie, los 091 se sintieron ignorados y lo dejaron. Pero ahora van a tener su redención. Vaya que sí. Estudiados tienen los bises dobles. Excesivamente largos. Pero qué bonita la canción de espantapájaros y como unen temas sin dejar a la gente vitorearles. Jode, que pedazo espectáculo.
El físico no me aguanta, o quizás sea el subconsciente de estar junto a una butaca de terciopelo verde, pero se me hace un pelín extenso el concierto. Aun así merece la pena. Más de dos horas y 25 temas. Lo que valen las entradas esta justificado. La puesta en escena y el sonido son excelsos. Así sí que me reúno yo con mi banda, vaya. Y lo que haga falta.
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