Las películas de X-Men han entrado en una espiral de repetición de fórmulas argumentales de la que no pueden escapar. Cuando me siento en la butaca para ver una película de los mutantes ya sé lo que voy a ver, no existe capacidad de sorpresa. Quizás sea culpa mía y resulta que tengo sobrevalorado ese sentimiento que, en el ámbito cinematográfico, se han encargado de mutilar los tráilers, cada vez más largos y adaptados a una generación que se acerca más al cine a comprobar que a descubrir. Desde la primera película de X-Men, Bryan Singer aborda a los mutantes inspirándose en los conflictos raciales que existían -y por desgracia siguen existiendo- en los EEUU y en la mayoría de países del mundo. Singer establece la idea de que no importa si son mutantes en la ficción o personas de raza negra en la realidad, el ser humano tiene miedo a lo desconocido, rechaza lo diferente y discrimina a los grupos minoritarios ya sea por cuestiones de raza, sexo o ideología. El punto de partida es interesante, el problema es que ya lo hemos visto en seis películas. El enfrentamiento entre el Gobierno estadounidense y los mutantes y los distintos planes de Magneto para acabar con los humanos que amenazan la supervivencia de los de su especie lo hemos visto de todas las maneras posibles, ya sea en el futuro o en el pasado. Era hora de pasar página y Singer lo intenta en esta película con la inclusión de un villano que, por primera vez, supone una mayor amenaza que Magneto.
El cambio de antagonista principal es el primer gran error de la película porque, a pesar del enorme poder de Apocalipsis, Michael Fassbender/Magneto termina siendo mucho más interesante y su personaje está mejor construido. Un hecho que queda patente en las escenas del bosque y de Auschwitz, provistas de una gran carga dramática que se potencia gracias a la empatía que siente el espectador por un personaje que conoce desde hace 16 años. Apocalipsis, con sus frases grandilocuentes y su filosofía de mercadillo, es un calco del Ultrón de Vengadores cruzado con Ivaan Ooze de los Power Rangers. Más que infundir miedo, provoca risa. El prólogo con la introducción del villano interpretado por Oscar Isaac es de lo mejor de la cinta, pues rompe con todo lo visto anteriormente en la saga gracias a un cambio de escenario, de época y de estilo; Singer juega con unas claves visuales y argumentales más cercanas al cine de aventuras de Steven Spielberg y Stephen Sommers y el compositor John Ottman hace el resto con una partitura que recuerda más a Imhotep y los O’Conner que a los mutantes. Sommers no es que vaya a pasar a la historia del cine como un gran director, pero si que consiguió revitalizar el género de aventuras con sus dos partes de La Momia, que rescataban el espíritu de Indiana Jones envuelto en algunas capas del cine épico más clásico. Una de las claves de la primera película de La Momia era la intriga y el misterio que el director construía alrededor de la figura de Imhotep, o lo que es lo mismo, Sommers intentaba, durante buena parte del metraje, aplicar la máxima de sugerir antes que mostrar. Una fórmula que ya explotó Ridley Scott de manera brillante en la primera película de Alien pero que, como hemos podido comprobar, se diluye cuando la secuelitis hace acto de presencia. En las secuelas se pierde el efecto sorpresa y el espectador solo espera que todo sea más grande y espectacular porque ya lo ha visto todo cinematográficamente hablando (o eso cree). Ese escaso interés por construir una intriga eficaz se materializa en X-Men: Apocalipsis en la escena de la resurrección de la deidad egipcia por parte de un grupo de seguidores. Una escena mal ejecutada y desaprovechada que Singer debería haber utilizado para potenciar el tono de aventuras y exploradores del asunto con el personaje de Rose Byrne.
Una de las razones por las que el villano no funciona es por el enorme abanico de personajes que se manejan en la película, lo que obliga a reducir a algunos de ellos a meras caricaturas. Hay personajes divertidos y frescos como Quicksilver -su escena en time bullet salvando a los mutantes de la mansión a ritmo de la canción Sweet Dream de Eurythmics ya vale el precio de la entrada- que tienen escasa participación y otros nuevos como la Jean Grey de Sophie Turner, repleta de demonios internos y un pasado que pide a gritos ser explorado. El problema es que Singer quiere componer un puzle gigantesco en el que no todas las piezas encajan y a otras habría que haberles dado varias vueltas de guión y dotado de profundidad para que no desentonaran en este rompecabezas mutante. Hay piezas que ya conocemos, como al profesor Xavier, Magneto o Mística, por lo que se les debería de haber dado mayor importancia a las nuevas incorporaciones.
¿Es una mala película? No, porque prácticamente es un calco del resto de películas de los X-Men y ninguna de ellas era mala. Es un entretenido nuevo capítulo de la saga que sigue funcionando debido al tono más maduro que presentan las películas de los mutantes respecto a otros filmes de superhéroes y a que esta respaldado por un excelente elenco interpretativo. El mayor problema de Singer sigue siendo el mismo, está en contra de la épica y la acción grandilocuente. Una película de estas dimensiones y con un villano tan poderoso requería de un clímax final a la altura de la primera película de Vengadores, pero por desgracia el apocalipsis que llegamos a vislumbrar solo funcionaría como prólogo de una película de Roland Emmerich.
Un último apunte. Para aquellos que se quedaran con ganas de más Olivia Munn les aconsejo que le echen un vistazo a la formidable serie The Newsroom de Aaron Sorkin (el mejor dialoguista del mundo), donde Mariposa Mental demuestra que es mucho más que un cuerpo escultural y una cara bonita. Y todavía se preguntan algunos si las series de televisión han superado en calidad al cine cuando la innovación, la originalidad, los temas controvertidos y las sorpresas las encontramos en las dosis de ficción audiovisual que cadenas como HBO, Netflix o AMC nos ofrecen para intentar curar la secuelitis. No se engañen a si mismos, las series de televisión se han convertido en el refugio de los que amamos el buen cine y esperamos impacientes a que el verdadero apocalipsis, aquel que azota Hollywood y fríe las neuronas de productores y guionistas, se tome un descanso. Películas como Steve Jobs, Spotlight o La Habitación nos hacen ser optimistas y pensar que un futuro cinematográfico mejor es posible. Puede que sean pequeños destellos antes de ver la luz o, quizás, simples espejismos.
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