Recuerdo cuando escuché por primera vez el nombre de Quique González, fue en mis años de la ESO y salió de la boca de una profesora que comentaba que estaba nerviosa porque esa noche iba a ver por primera vez a su cantante favorito. Por alguna razón se me quedó grabado ese nombre pero no fue hasta años después cuando comencé a escucharlo, a descubrirlo y enamorarme de sus canciones. Esta noche era yo el nervioso por verlo por primera vez.
Quique González estaba en Murcia para presentar “Delantera Mítica”, su nuevo disco. El Auditorio no se llenó pero eran pocas las butacas vacías. Con la alineación completa encima del escenario comenzaron a sonar canciones del nuevo disco: La fábrica, Parece Mentira, ¿Dónde está el dinero?, Viejos Capos… pero algo pasaba, no terminaba de funcionar. Gritos quejándose por problemas de sonido, gente con ganas de levantarse contenidos en sus butacas… no sé qué era pero algo no terminaba de convencerme.
Con la aparición de algunos de sus clásicos como Caminando en círculos, Cuando estés en vena, Palomas en la quinta, Pájaros mojados o Hasta que todo encaje ese sentimiento se fue esfumando. El sonido también fue mejorando y ya no había esos cortes en la voz de Quique que se dieron en las primeras canciones pero la gente seguía con ganas de saltar y bailar, las butacas eran más un incordio que una comodidad.
La banda bajó del escenario para dejar a Quique a solas con su público. Con su guitarra enfundada y su armónica se marcó un set acústico con La Ciudad del Viento, 39ºC, ¿es tu amor en vano?, Pequeño Rock&Roll y Aunque tú no lo sepas. Aquí ya nadie se acordó de los problemas de sonido, ni de querer bailar, ni de nada que no fuera Quique. La conexión era brutal entre el cantante y todos los allí presentes… ¿en qué vas a pensar si tienes a Quique delante cantando Pequeño Rock&Roll? Las parejas se fundían en abrazos y yo, sentado solo en una fila medio vacía, repasé todos los momentos en los que esas canciones me han acompañado. Demasiados para enumerarlos.
La banda volvió al escenario con ganas de convertir la noche en inolvidable. Con Kamikazes enamorados el público ya no pudo aguantar y tras ser animados por Quique todos dejamos nuestras butacas y nos pusimos en pie. Algunos directamente invadieron las primeras filas mientras bailaban. Ya apenas nos volvimos a sentar de nuevo. Miss Camiseta Mojada, Hotel Los Ángeles, Suave es la noche…
Tras marcharse del escenario volvieron, el público no iba a dejar que se fueran tan pronto. Tenía que decírtelo, Salitre y Dallas Memphis parecían las canciones elegidas para dar fin al concierto pero para nada, el público seguía sin intención de irse y tuvieron que saltar de nuevo al escenario. Su día libre y Vidas Cruzadas. Ahora sí que sí, el concierto había terminado. Pero no. Aplausos, gritos y silbidos pidiendo más. Iban 28 canciones pero es imposible querer que un concierto de este hombre termine. Quique volvió a enfundarse la guitarra y nos regaló una última canción, una canción que no habían parado de pedir durante todo el concierto: Y los conserjes de noche. Piel de gallina y ojos cristalinos ante un Quique González que había llenado con sus canciones cada uno de los rincones del auditorio.
Y mientras me levantaba de mi butaca me fijé en una mujer rubia unas filas más adelante. Casualidades de la vida allí estaba aquella profesora que años atrás hizo que acabara escuchando a Quique González. Pensé en acercarme y darle las gracias pero para qué, ni se acordaría de mi. Pero yo siempre la recordaré aunque no me acuerde de su nombre.
Crónica por Sergio Mercader
Fotografías por Ismael Soria
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