Cuando Anna se sintió atrapada, cometió el error de dejarse llevar. Un grito, un insulto, un “Vaca gorda” que podría haberse convertido en una herida profunda en el corazón y autoestima de su nueva amiga entrometida y cargante cuya única intención era la de hacer que Anna se sintiese acogida en su nuevo hogar. Entonces, como defensa lícita y justa, a Anna le dicen la verdad:
“Ya entiendo lo que quieres decir con ser normal. Reflejas lo que eres”.
Anna sabe que es cierto, que ha llenado sus pulmones, contraído su tórax, vibrado sus cuerdas vocales y vocalizado esas palabras ella misma. Nadie la ha obligado. Y eso, sin duda ninguna, es un acto propio de una mala persona. Por eso Anna… se odia.
“Reflejo lo que soy, fea, tonta, irascible… Por eso me odio a mi misma”.
Yo soy como Anna, yo también me odio.
Era una noche cualquiera cuando fui en busca de unos amigos a Temperatura Ambiente y, en la puerta, coincidí con una persona a la que hace mucho tiempo hice mucho daño. Esta persona dijo que no quería verme, que no pasaba nada, pero que no quería verme y si podía ser no quería verme nunca más. Luego confesó que le hice un daño inmenso. Por mi culpa. Las palabras eran más y peores de lo que os cuento, y dolían como cuchillos. Y entonces intenté recordar qué cojones se me pasaba por la cabeza en aquel momento en el que decidí ser una mala persona, para hacer daño a una buena persona.
¿Qué puedo hacer para perdonarme, si ni siquiera me recuerdo? No me recuerdo en aquel momento, y como no me recuerdo no me conozco, y como no me conozco no recuerdo por qué hice esto, o por qué no evité hacer aquello, o por qué actué de esa forma ante eso otro. Es peor que una mordaza, más agobiante que estar atado de manos y piernas. Es esforzarte, un “venga joder, recuerda por qué eras así”, seguido de un fracaso tras otro. Es otra persona y, sin embargo, eres tú. No te queda justificación posible. Por eso me odio.
Me odio, es cierto, pero…
En «El recuerdo de Marnie«, Anna se siente fuera del mundo porque no ha sabido lo que es tener padres. Es errática, tanto que hace sufrir constantemente a su tía simplemente por haberla querido y criado como a su propia hija. No es justo pero Anna es así (y no le gusta serlo), una persona de sentimientos feos que necesita un lápiz para dibujar los sentimientos buenos. Pero digo yo que si la mina del lápiz perfila el mar más bonito del mundo, es porque ha fluido de la muñeca de esa mano tan fea.
Y dibujando, dibujando, se encuentra con Marnie. Marnie le coge la mano y Anna cree que no se ha percatado de lo fea que es. La guía a través del lago hasta su casa, y allí se hacen inseparables amigas. Pero Anna no se siente merecedora de tanto cariño. No después de llamar “vaca gorda” a alguien que no le había hecho nada malo. Sin embargo, a Marnie no le importa lo que a Anna le importa, porque ella ha visto el mar que ha salido de la mina del lápiz de la muñeca de su fea mano. Y ese mar le ha dicho la verdad, la de verdad.
Yo me odio. Hice daño a algunas personas y no fue adrede, pero no me supone paz alguna saber que no fue adrede. Como no sabía qué hacer para aflojar las cuerdas, comencé a escribir sin otra razón que la de escribir y, mira, escribiendo escribiendo, escribí una playa. Escribí un encuentro casual, luego escribí uno provocado, escribí una chica, escribí su risa sonora. Después escribí miedo. El miedo que escribí escribió verdades sobre mí que debían ser secretas si no quería perder a la chica que escribí.
Escribí mis fallos, escribí los actos más horribles de mi vida. Escribí los aciertos, los momentos más bonitos de mi vida. Escribí lo rubio, lo azul intenso, escribí que ella era ahora mis letras.
Anna, ¿lo merecemos? Supongo que no. Pero oye, dibuja todos los buenos sentimientos que puedas, que yo escribiré todos los que tenga. Y cuando se nos acaben nos los inventaremos. No vaya a ser que Marnie se nos escape.
Dejémonos de frases a lo «quien no ha cometido errores es porque no ha conseguido nada«, y centrémonos en aceptar lo que somos y lo que fuimos y lo que hacemos y lo que hicimos. En rechazar lo que nos rechaza para no volver a sentirlo. Y a ti, a la buena persona que hice daño, nunca debí hacerlo. Pero no sabía que la alternativa era tan sencilla como quemarlo después de leerlo, como dirían Los Cohen. No sé por qué ni por qué no, no puedo recordarlo. Pero lo siento, aunque no sirva de nada.
Te escribo, y escribir es lo mejor que puedo hacer, un «Lo siento muchísimo».
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[…] aún más gay, mientras el aire se me escapaba por el hueco del diente al suspirar con melancolía (SPAM). Fuera, los dueños estaban flipando […]