A veces, hay que dejar de ser un romántico y cuando acabas una serie , olvidarla, no caer en la falsa esperanza de que volverá -a menos que sea Futurama, ahí nunca hay que perder la esperanza de que regrese-. Pero es difícil no caer en esa sensación de agobio, de echar en falta algo que te acaban de arrancar de ti. Y le escribes frases de desamor en twitter, le hablas de ella a tus amigos, miras su perfil en IMDb y las críticas de otros, y mientras asoma esa lagrimilla decides que es hora de pasar página.
En ese momento, todos tus colegas te quieren presentar a alguien. Está el típico enamorado de HBO que te habla de una rubia de cejas negras, el amigo de AMC que pese a estar con la señorita White te habla de su prima Goodman, y luego ese tío hipster que solo queda con chicas de Dinamarca. Pero ninguna es ella, ninguna es Mackenzie McHale – o Will McAvoy, al gusto-.
Hasta que finalmente y sin querer, conoces a una argentina. Al principio dudas un poco, te preguntas si de verdad merece la pena, su historia no es la misma aunque en la primera cita ya parece que tiene algo, y conforme la conoces profundamente vas descubriendo más.
Hablando con ella parece que pierdes la noción del tiempo, estás en los años 70, en una editorial, en «La Editorial». Allí hay dibujantes de viñetas, escritores de historietas, un jefe con malas pulgas y una secretaria. Solo te habla de eso, pero te emboba. Te lo pinta todo muy oscuro, como era la época en Argentina. Parece que te envuelve también una banda sonora de telenovela, pero no demasiado absurda.
Y entre tanto, te habla de él, de Hector Germán Oesterheld, uno de los más famosos escritores de historietas del país. Te dice que está viejo y se tiene que buscar la vida haciendo lo que mejor sabe, pero lo que mejor sabe hacer es ser de izquierdas y claro, en «La Editorial» eso no gusta. Con una historia tan sencilla y tres citas ya estás enamorado otra vez y pese a que todo se sigue viendo oscuro, estás decidido a conocer en profundidad a esta argentina.
Mientras te mira a los ojos te habla de esquizofrenia, de machismo, de censura y, sobre todo, de la vida y el final de esta. Las conversaciones con ella, sus diálogos -como si los hubiera escrito Luciano Sarasino- profundos e inspiradores y sobre todo perfectos en cada momento, te seducen, quieres más y más, porque estar con ella solo 25 minutos te parece poco.
Además, a cada conversación, te das cuenta de que va apareciendo un velo de misterio en su mirada, te habla pero deja cosas a medias, hay sin sentidos y demasiadas referencias que sin haber vivido en la Buenos Aires de Onganía hacen que te pierdas, pero siempre sin soltar el hilo principal, aún estando rodeado de bigotes, patillas y gafas de sol ahumadas.
Cuando parece que finalmente has conocido a alguien que te va a hacer olvidar esa última relación, te vuelves a llevar la hostia, a la decimotercera cita se acaba todo, y pese a lo que has disfrutado con ella, solo te quedan los recuerdos de Youtube en HD, y las ganas de volver a enamorarte, porque toda historieta tiene primeras y últimas viñetas.
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