Pretendo, sin pretender nada en concreto, explicar lo que te transmite Murcia se remanga sin ser «otaku», «mangaka», «cosplayer» o «friki». Lo primero que creo que debería especificar es mi odio a la palabra friki y su libre asignación a personas que se deberían denominar pasionales en el mejor de los sentidos. Pero lo que más rabia me da es la hipocresía, porque veréis…
…el SOS, el famoso festival de música murciano, se celebra en el Centro de congresos de Murcia y suele estar atestado de personas de determinadas tribus sociales (bastante hostiables, por cierto), muchas de ellas disfrazadas (de cosas muy hostiables), que se reúnen para ingerir x sustancias y escuchar determinada música (bastante hostiable en parte), y realizar actividades muy concretas, mientras diversos puestos los desangran con putos trozos de plástico llamados «Tokens«. Pero al final todo es una excusa para encontrar sexo con barbas o con barbas muy largas o con barbas muy cortas.
…el Salón del manga se celebra en el Centro de congresos de Murcia, y suele estar atestado de personas de determinadas tribus sociales (bastante raritos, por cierto), muchas de ellas disfrazadas (de cosas raritas), que se reúnen para ingerir x sustancias y escuchar determinada música (bastante rarita, por cierto), y realizar actividades muy concretas, mientras diversos puestos los desangran con putos muñequitos de plástico y chapitas llamados merchandising. Pero al final todo es una excusa para encontrar sexo con pelos de color lila, pelos de color rojo, pelos de color amarillo o pelos de color azul.
¿Las diferencias? Pues sí que las hay, no os voy a mentir. Este es el melancólico aspecto del único stand que vendía cerveza en todo el recinto:
Muy bien, dejando claro lo mucho que odio el absurdo, frío, superficial, hostiable y poco auténtico mundo «hipster» que me rodea y al que admito pertenecer en cierta parte, y dejando claro lo mucho que me ha gustado el rarito, sano y, sobre todo, libre de complejos ambiente del salón del manga, puedo proceder a contaros que, nada más entrar, me encontraba en un lugar al que tenía la sensación de no pertenecer.
Lo que es curioso es que, aunque no sea un otaku, pillaba casi todas las referencias de los cosplays que iba viendo antes incluso de entrar. Algunos me gustaban muy mucho. Un «Solid Snake» perfecto esperaba en la cola, impaciente, y yo pienso que me gustaría coger su pistola y cantar la melodía de «Metal Gear«. Se lo digo a S pero no él no parece ilusionado. Me dice que teníamos que habernos bebido alguna cervecica antes, que habría estado bien. Habría estado bien.
Una vez dentro comienza lo extraño. Todo el salón del manga podría resumirse como un gigantesco mercado de abastos donde se vende todo tipo de merchandising colorido que, en disimulado silencio, me fascina. A los pubertosos chicos disfrazados de personajes rimbombantes, por su pasión desmedida, a mí porque, de cierta forma, me retrotrae a mi infancia.
Kingdom Hearts en cada puesto, llaves espada con colgantes que ojalá pudiese llevar sin que me juzgase nadie. Pasa lo de siempre, que los que no conocen el juego pensarán “qué friki”, sin saber que, si manejasen a Sora y a Goofy y a Donald por Isla Tortuga, invocando a Dumbo y ayudando a Jack Sparrow, acabarían tan fascinados como nosotros (o no). Por cierto, ¿os acordáis que solo se podían atacar a los piratas cuando les daba la luz de la luna?
Todo está repleto también del imaginario de Miyazaki, al que ya rendí mi propio homenaje (y no el último). Esto me gustó menos, porque ya es demasiado mainstream y tengo la hipsteriana sensación de que muy pocos entienden lo que el maestro pretende decirle al mundo, que desde luego no es comprad mochilas y monederos y hasta condones con la cara de Totoro.
A medio camino del centro de congresos, un chico nos pide que nos acerquemos a su stand, que no muerde, y le hacemos caso aunque no terminemos de creernos eso que dice. En su mesa hay farolillos orientales en los que puedes escribir tu deseo. S me desea un alma, y yo deseo que ella (que aunque tenga un pelazo, no es S), sonría.
Hora de entrar.
Nada más cruzar la puerta me encuentro con mi primer amigo gay, que ya apuntaba maneras pero que nunca me dí cuenta de la realidad. Él me dijo «¿tio, de verdad no te dabas cuenta de que nunca miraba al profesor basilio a la cara?«, y de repente resulta que se casa. Y el muy friki se compró el mismo día de su aniversario el nuevo «Star Wars Battlefront» del que se cansará en menos de una semana… Nunca he estado en una boda gay, y debo admitir que me hace ilusión, ¡así que felicidades, shiquillos!
Dentro hay muchos más stands, pero muchos más. Llegamos a la conclusión de que demasiados, y llegamos a la segunda conclusión de que en Murcia se remanga debe haber una proporción mucho más lógica de actividades y mercados. Porque puede que, para una persona que viene exclusivamente a hacer/ver cosas, el salón deje mucho que desear:
- Si querías jugar a rol, tenías que apuntarte a primera hora de la mañana.
- Si querías jugar un torneo, tenías que apuntarte antes de ir y pagar una cuota.
- Si querías jugar a las consolas, no podías porque estaban ocupadas con los torneos.
- Si querías realizar talleres, había que pagar.
- Si querías participar en sorteos, había que pagar.
La pregunta entonces es, ¿por qué se cobran 6,5 euros en taquilla? ¿Para poder entrar a gastar más dinero? ¿Para participar en el concurso de Kamehameha? Hombre, gracioso es, pero no sé si vale el desembolso…
S y yo hicimos, al final, cuatro cosas:
La primera fue asistir a un divertido podcast de los ya afincados «El microondas radio«, liderados por Dani Gove (dibujante murciano jueveriano), y con Salvador Espín (dibujante murciano marveliano) como invitado especial. Son más tontos que calleja y tienen la vergüenza donde yo el dinero, seguramente por eso me lo pasé tan bien. Por eso y por Ricky, el mayor descubrimiento en lo que llevo de 2015. ¿No lo habéis visto? DE NADA.
La segunda fue engancharnos a un juego indie llamado “Islabomba”. Un juego indie en el salón del manga, no sé qué más señales necesitáis. Un juego indie divertidísimo al que S se enganchó bastante (no logro entenderlo, con lo malo que es), y en el que estuve los tres días. Sus creadores, Sons of a bit, me cuentan que es un juego indie hecho en Murcia, y que va a dar mucho de qué hablar y que ya está en Steam. Yo me quedé con ganas de preguntarles por qué demonios era tan jodidamente deforme el conejo protagonista, pero no pasa nada porque en breves los entrevistaremos para C´mon Murcia!
La tercera fue una foto en el fotocall de «Marco» que nos quedó así de gay:
Para lograrla, solamente molestamos a unas diez personas y volcamos la cinta separadora.
La cuarta fue cuando S vio a una persona con muletas y dijo: “¡Mira, ese lleva un cosplay de cojo!”. Fueron risas y fueron también “qué hijo de puta eres, tío”.
¡Añado un anexo! Yendo yo por los mercadillos, me llamó poderosamente la atención una pulsera de Totoro (a callar, dejad de juzgarme, que parece que no habéis aprendido nada). El stand era de Friki Beads, y me lo regalaron. Era una pareja la mar de maja y debo decir que me sentí muy halagado. Os prometí que hablaría bien de vosotros, pues moláis, moláis un montón.
Y ya me despido: creo que las pasiones mueven el mundo, o lo paran en seco. Le dan un sentido. Y encontré a un grupo de cuatro amigos disfrazados de personajes de «Inside Out«, y Tristeza era una chica más gordita y Miedo uno mucho más delgado. Yo fui muy gordito (creo que más bien muy obesito morvidito) y fui muy delgado también, y os puedo asegurar que nunca habría tenido el valor para hacer algo así, para decir “no estoy delgado, ¿y qué? Era necesaria una Tristeza realista en este grupo”.
Vamos, que me apasionan las personas con pasiones tan férreas. Las personas sin complejos, las personas que pueden ser ellas mismas y que se la sude todo. Que al final, si algo sobraba en aquel salón, éramos nosotros, los frikis del lugar.
Y por cierto, y por si alguien se lo estaba preguntando, ella sonrió mucho, de lado a lado.
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