Muchas veces me he quedado pensando en la penumbra de mi habitación, ahí, quieto, cómo saber de mi propia madurez. A veces pienso que en ocasiones no estamos lo suficientemente preparados para leer un obra maestra literaria, aún no tenemos desarrollado los 5 sentidos y no podemos embarcarnos en la lectura de un libro que de primeras consideramos un prestigio poder enterarnos de la historia que esconde, aunque ya te hayan contado algo. Por poner un ejemplo, hace años creí estar preparado para leer Cien años de soledad, me arriesgué y fallé, me encontré con un libro cuya lectura fue tan densa que me ahogaba, la concentración no permanecía quieta y al final me quedé a 400 páginas de llegar a Macondo, una pena.
Hace unos pocos días encontré en una vieja estantería un libro que conocemos todos, un libro que cualquier padre no te aconsejaría leer tan joven porque lo considera “insoportable”, pero a la vez una maravilla, un clásico. Aquellas misteriosas patas de un bicho indescriptible se asomaban por las páginas ya descoloridas de esa vieja edición del ’82. Kafka me estaba tentando, y finalmente, caí.
La Metamorfosis es aquello que denominan novela corta, un libro mítico que aconsejo que todo el mundo se lea, pero no salí contento de esta historia, por eso debo desmitificarlo. Creí encontrarme con la mejor literatura europea, aquella que hablaba de una renovación en la novela cuando se asomaba el Siglo XX a la vuelta de la esquina, cuando alguien le había pegado un tiro al Realismo y Joyce, Proust y Mann iba cogidos de la mano. Sin embargo, me encuentro con un estilo sencillo, sobrio, nada destacable si exceptuamos esos verbos escritos en Dios sabe que conjugación. Si por algo destacaba esta novela era por la angustia existencial, esa opresión que Gregorio Samsa llevaba por bandera al convertirse en algo que la sociedad burocrática cruelmente rechazaba, esta idea me la encuentro en el libro poco desarrollada, poco exprimida, pudiendo creer que son sentimientos pasajeros que no llegan a afectar al “bicho”.
Sin embargo, ideas como la deshumanización, la pérdida de la identidad, la soledad, el vacío, la incomunicación…, hacen que la historia permanezca con vida, pues el argumento no ayuda mucho, empeñado en el ilógico tratamiento que la familia le da al pobre Gregorio tras su “mágica” operación de estética, incurriendo cada vez en la simple evolución de como este hecho va a peor, llegando al punto de que la hermana quiera estamparle el violín en su cabeza.
Absurdo, todo resulta absurdo. Me sorprende el poco estudio que se le realiza a Gregorio a lo largo de la novela, el personaje principal carece de una profundidad psicológica interior y sólo se limita a subirse por las paredes y comer alimentos en mal estado. Sin embargo, de nuevo aconsejo leerlo para que ustedes mismos opinen y digan que me equivoco. Yo por lo pronto, iré a ver cómo va El Proceso.
1 Comment
Estoy totalmente de acuerdo con lo que dices de las obras maestras, a veces no estamos preparado.
Sin embargo creo que ese tono aséptico es lo que hace genial a esta obra. Estamos en la época de, por ejemplo, el expresionismo alemán: los artistas están viendo que algo va a pasar, que el hombre se está convirtiendo en monstruo (Samsa, el doctor Caligari, Nosferatu…). Creo que lo absurdo de la obra es su belleza. Kafka te mete a un bicho en una casa y lo tratan como tú dices, solo viendo su evolución. Es el terror en el mundo cotidiano. Y si no se le hace una exploración psicológica más profunda a Samsa, que creo sí la hay, es porque representa lo desconocido.
Que tengas suerte con El proceso, yo lo tuve que dejar por algo parecido a lo que comentas de 100 años de soledad.