Decía Javier Marías sobre Camilo José Cela: «(…)los Maestros Indiscutibles suelen tener discípulos y dejan huella (o un gran vacío) en los que vienen detrás de ellos, y sin embargo me parece cuando menos dudoso que la mayoría de los integrantes de las dos generaciones de novelistas españoles más recientes reconozcan en su propia obra el menor influjo del Escritor Único». Y, haciendo memoria, no soy capaz de recordar ni a una sóla persona de mi generación, escriba o no, que me haya dicho jamás que debo leer algo de Cela. No hablemos ya sobre cuestiones de aprender de su estilo o su ritmo. Camilo José Cela es, con mucha probabilidad, uno de esos personajes por antonomasia al que se venera y respeta perse sin detenerse a pensar. «Tío, que es Nobel de Literatura» es una de las frases más escuchadas para contrarrestar una crítica hacia su labor como escritor. Y esto en sí ya dice mucho de quienes le defienden a capa y a espada. De su persona en sí…bueno, que con toda probabilidad fuese uno de los más grandes soplapollas del planeta y un chivato del régimen franquista es algo que ni sus seguidores más acérrimos discuten, y eso también dice mucho en sí mismo. «Tío, que es Nobel de Literatura». Que sí, coño.
Cabe decir que pese a una introducción tan mordaz no tengo intención de postularme en este texto como detractor de Cela. No le he leído lo suficiente. Aunque sospecho que, en caso de hacerlo alguna vez, lo haría. Puntualizado esto, abordemos el tema:
‘La Colmena’ me pareció simple y llanamente infumable. Jamás lo terminé y, por mucho que nadie me insista, estoy férreamente en contra de retomar su lectura. No me interesó lo más mínimo ni durante un simple párrafo, lo cual es tremendamente complicado de conseguir. Hasta algunos párrafos de ‘El Alquimista’ de Paulo Coehlo me llamaron la atención. De ‘La Colmena’ no. Nada de nada. Insisto: NO. Esa sucesión de personajes que intenta trazar un retrato costumbrista de una España que la propia España se empeña hasta la saciedad en describir una y mil veces (¿serán tan pesados en el resto de países con sus conflictos internos?) y que de tanto escuchar, leer y ver sobre ella me hace hasta restarle la importancia que tuvo como hecho histórico. Porque me abruma. Porque es como un abuelo titubeante que me cuenta por decimoctava vez este mes lo duros que eran sus años en la mili. Lo sé, y lo siento, y siento muchísimo haber nacido en una época en la que los profesores no me pegaron con una regla en la mano izquierda por ser zurdo: ¿qué más cojones queréis que haga?
La sucesión de personajes y escenas inconexas del relato se escapan a mi forma de entender la novela. Dicen que bebió mucho de Joyce y no me extraña porque también cagó un peñazo de cuidado, aunque eso es harina de otro costal. Uno de los argumentos más recurridos hacia este tipo de lecturas es el de que hay que «aguantar hasta X página» para que la cosa se torne interesante, o para que el ejercicio de leerla nos absorba. Cualquier escritor que no consigue que su relato hunda al lector en ese placiente estado entre la duermevela y la conciencia alterada, en ese mundo único y fantástico que hace apagarse todo lo demás, no es un gran escritor. Y punto. Hay literalmente miles de millones de libros para leer en el mundo por lo que el listón está a ese nivel y no hay más vueltas que darle.
No hay mucho más que destacar sobre la obra en sí misma, bastante malo es ya todo lo relatado. Un estilo que flojea, unos personajes aburridos, unos chascarrillos sin la menor molécula de gracia…una lectura aburrida pasados los 2.000. No dudo de que en 1951, año de publicación de la obra tras ser aprobada por el Régimen, pudiese su lectura suponer un interés del que hoy en día no goza, pero desde luego es una historia contada ya nada menos que mil veces, y al menos novecientas de esas formas de contarla son mejores. Quienes resaltan su valor literario comparándola con obras de Proust o Faulkner parecen no entender que para leer a Proust o a Faulkner prefiero leer a Proust o a Faulkner. Y para quienes hacen lo propio con Joyce y Mann, que sepan que personalmente servidor prefiere una patada en los riñones que volver a intentar leer a Joyce o a Mann.
En definitiva opto por quedarme con una de las primeras valoraciones que tuvo a bien hacerle uno de sus censores, un cura concretamente, cuyo informe sobre ‘La Colmena’ decía: «¿Ataca el dogma o la moral» Sí. ¿Ataca al régimen? No. ¿Valor literario? Escaso«. Pues eso.
2 Comments
[…] “La Colmena” y otros enemas […]
Madre mía, este artículo da auténtica verguenza. Sin conocer la obra, se permite el articulista juzgar a un Premio Nobel de literatura (si aún fuese d ela paz… pero los de literatura he de informar a este mochacho que no los dan con las tapas de los yogures).
Si tus amigos no son buenos consejeros literarios, ya te aconsejo yo, rapaz. Léete La Familia de Pascual Duarte, una obra cumbre del tremendismo, con un lenguaje que se puede masticar y un argumento sencillo y tan contundente que no deja indiferente a nadie. Digna de un maestro.
Pero sobre todo, antes de hacer crítica, debieses al menos leer algo más que unas páginas de lo criticado, especialmente si lo que quieres es destronar a un autor consagrado en la historia de la literatura. Sobre todo porque siendo tú mismo escritor (y no me voy a permitir juzgarte sin leerte como tú has hecho, aunque desde luego esta actitud no aumenta mi interés en tu ogra) igual hasta aprendes algo.
Cada vez que pienso que la prensa de un país no puede ir a peor, me sacan de mi error.