“Todos los escritores soñamos con tener lectores jóvenes”
Lo dice Javier Cercas y lo hace en Cartagena poco después de llegar al Campus de la Muralla del Mar, donde se celebra por todo lo alto su presencia en el Premio Mandarache. Sus palabras suenan francas, por lo que no cabe duda de que tener más de dos mil nuevos lectores jóvenes comentando su libro “Las leyes de la frontera” le sabrá a sueño recién cumplido. Que esto ocurra con alguien ya consagrado, aplaudido tanto por la crítica como por el público, dice mucho de su humildad y, sobre todo, de su calidad humana.
Un escritor que afirma sin titubeos que no tiene más autoridad que cualquier lector de su novela para dar respuestas, un escritor que cree con absoluta firmeza que los libros solo “son un montón de letra impresa si no hay un lector que los dote de vida”, un escritor así, por definición, solo puede ser bueno. Pertenecer al territorio de los devoradores de libros te enseña este tipo de cosas y es allí donde únicamente se pueden aprender las leyes para traspasar la frontera y llegar al sinuoso mundo de los escribidores.
No es posible escuchar a Javier Cercas y permanecer indiferente. Su voz tranquila y sosegada articula palabras, sintagmas y oraciones que luchan por quedar grabadas a fuego en cualquier lugar de tu cerebro. Experiencia y sabiduría concentradas en su indomable pasión por contar, por contarlo todo. No hay rastro de aspavientos ni tampoco recato. No tiene problema en contestar a los adolescentes cuando sus preguntas pasan de ser inocentes “¿En quién te inspiraste para crear al Zarco?” a ser más bien comprometidas “¿Qué opinas de la situación actual de Cataluña, de la Doctrina Parot o de la Operación Palace?”.
“Me la sopla si soy español, charnego o catalán. El instinto humano es echarle la culpa al otro, eso es lo que pienso de Cataluña: es un problema de todos porque la casa es de todos”. “El 23F es nuestro asesinato de Kennedy, es el punto exacto donde convergen todos los demonios del pasado español. Se ha convertido en un mito, en una ficción colectiva fabricada a lo largo de treinta años, cuando se empezaron a contar mentiras. Se ha dicho de todo sobre ese día, excepto que lo montaron Mortadelo y Filemón. Es como decir que Nacho Vidal es virgen. Lo que ha hecho Jordi Évole ha sido contribuir a la ficción general, a la confusión. La verdad siempre está a la vista, lo que ocurre es que somos muy noveleros”. “A mí la Doctrina Parot no me gusta nada. Si cometes un delito en 2005, no te pueden juzgar con la ley de 2007. En España no funciona las leyes, sino la autoridad. Así vamos”.
Estas preguntas y estas respuestas no son únicamente un reflejo del último escritor nominado al Premio Mandarache, sino también una muestra de la madurez que estos pequeños grandes lectores están experimentando. Están leyendo novelas, disfrutando de la ficción, pero también leyendo la prensa o escuchando la radio o viendo los telediarios, no están al margen de la realidad y eso les permitirá, si es que lo desean, traspasar la frontera que separa a los lectores de los escritores, porque como bien dice Cercas, “la ficción pura no existe, esta siempre parte de la realidad. Si existiese la ficción pura no tendría ningún interés: lo que interesa de la ficción es que se trata de una revalorización de la realidad”.
Y si Cercas ha escrito un libro de ficción que parte de los cientos de historias de quinquis reales de los años 70 y 80, quién dice que cualquiera de los adolescentes que hoy lo leen, no puedan escribir dentro de unos años una novela que nazca de la realidad española que ellos mismos están viviendo.
Dice Javier Cercas que “en este país y en Europa, hemos estado peor, siempre peor. Se puede estar mucho peor: podemos estar en guerra o no en guerra, podemos estar en una dictadura, podemos estar como estábamos en los años 70, saliendo de una dictadura pero con una pobreza inmensa”. Decimos nosotros que ahora todo ha cambiado, que todo es diferente y que son estos adolescentes los que, en el futuro, deberán contarlo. Cuando eso ocurra, muchos echarán un vistazo al pasado y darán las gracias por la sola existencia de un premio como el Mandarache, que crea no solo lectores y, tal vez, escritores. Un premio que crea personas.
Fotografías por Santiago Ros.
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