Si tuviera que calificar la nueva aventura cinematográfica de Jack Reacher con un único adjetivo sería el de decepcionante. Siendo honesto, la primera entrega del personaje basado en las novelas de Lee Child no supuso ninguna revolución en el género, pero sí que mostraba a un Tom Cruise que, entre misiones imposibles y grandes blockbuster, estaba dispuesto a ofrecernos a un misterioso antihéroe cínico y humanizado en las antípodas de los que suele interpretar. Un ex militar que tras abandonar el servicio por voluntad propia vive una vida nómada, sin casa, sin coche y sin teléfono; prácticamente es un mito, un fantasma que solo aparece allí donde se le necesita.
La primera película dirigida por Christopher McQuarrie era una carta de amor al cine policiaco de los años 60 y 70. El personaje de Cruise funcionaba a la perfección como el prototipo de antihéroe del cine negro, pero sin gabardina; además, hacia mitad de la película, McQuarrie se desligaba de los cánones actuales y llevaba a cabo un ejercicio de estilo, impartiendo una lección de cómo rodar una persecución con inventiva. Un nada disimulado homenaje a Bullit en el que renunciaba a un montaje atropellado y conseguía que la cámara se mantuviera pegada a la acción a través de planos largos y travellings que, acompañados únicamente por el rugido de los motores y la violencia de los choques, le otorgaban a la secuencia un realismo casi documental. Quien espere revivir con esta segunda parte las placenteras sensaciones que dejaba la primera entrega, a los cinco minutos de proyección estará buscando desesperadamente la salida de emergencia.
Si la primera película apostaba por una trama de corte clásico, la nueva peripecia de Reacher dirigida por Edward Zwick abraza directamente la fórmula de los thriller de espionaje del nuevo milenio. Siguiendo la estela marcada por éxitos recientes y fórmulas inagotables como Jason Bourne, el film intenta replicarlo todo, desde los buenos siendo perseguidos por la corrompida institución a la que sirven hasta el subtexto político. La diferencia es que Paul Greengrass utiliza las películas de Bourne para mostrar al espectador un mundo que le resulta reconocible e incluso adelantar algunas claves geopolíticas, mientras que Zwick desaprovecha la oportunidad ofreciendo una manida trama de tráfico ilegal de armas que hemos visto mejor desarrollada en cualquier procedimental televisivo. El mayor damnificado de la escasa enjundia dramática y narrativa de la trama principal es el villano interpretado por Robert Knepper, que apenas cuenta con unas escasas tres escenas que hacen que su personaje del Rey Reloj en la serie televisiva Arrow parezca un prodigio en cuanto a construcción.
Debido a la endeblez de la trama principal, la película se apoya en dos subtramas. Por un lado tenemos la guerra de sexos librada por Tom Cruise y Cobie Smulders, que no termina de ser explotada en ningún momento. Paradójicamente, la capitana interpretada por Smulders encarna mejor el espíritu del personaje de Jack Reacher que el propio Cruise. Para muestra solo hace falta ver la escena de las escaleras en la casa de la niña y como soluciona el problema ante un Reacher cuya personalidad ha sido desvirtuada en esta secuela. Por otro lado tenemos la subtrama de la hija de Reacher, que explora el pasado del personaje principal y rompe parte del misterio y la mitología que le rodea. Hacia el final de la película, al guion se le ven las costuras, demostrando que la subtrama de la hija es mero relleno argumental que solo sirve para que el director le otorgue al relato un cierre almibarado, que no pega con el tono de la historia y menos aún con la personalidad de Reacher. El tratamiento de la subtrama de la hija acerca a la película peligrosamente al terreno visitado por los últimos filmes de Nicolas Cage. A pesar de que el director intente introducir en el clímax final un homenaje a Spectre con la celebración del día de los muertos, la pobreza de la puesta en escena y la escasez de medios lo emparentan más con la escena del desfile de Contrarreloj. Las persecuciones son inexistentes y las escenas de acción físicas dejan en evidencia que Tom Cruise debería empezar a asumir su edad y escoger otro tipo de proyectos. En otras palabras, prefiero verle en más películas del estilo de Algunos hombres buenos que enfrentándose a momias o poniéndose de nuevo el casco de piloto.
Diagnóstico: La secuelitis aguda que sufre Hollywood ha acabado por matar al personaje de Jack Reacher. Una película insustancial, olvidable y carente de personalidad que, en una época más sabia, habría abandonado la sala de cine para ocupar un lugar privilegiado en la estantería de los directo a vídeo del videoclub. ¿Nunca vuelvas atrás? A veces es bueno echar un vistazo al pasado.
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