Faltaban pocos minutos para la hora del concierto pero el público ya empezaba a reclamarlo. Y no se hizo esperar. A la hora exacta Iván Ferreiro saltó al escenario, acompañado de su hermano Amaro, volviendo a traer sus canciones a Murcia, una de las regiones por las que más ha pasado en los últimos años, en esta ocasión con motivo de la gira de su último álbum “Confesiones de un artista de mierda”.
Hace unos meses se dejó caer por Cartagena, en esta ocasión fue el turno de la capital, Murcia. Musik fue el lugar donde nos acercamos a disfrutar de él. En un principio la sala parecía demasiado pequeña para acoger a todos los que esperaban pero lo que en principio parecía un inconveniente acabó dándole ese toque de cercanía e intimidad que hacen un poco más especial estar delante de uno de tus artistas favoritos.
El público ya había cumplido, ahora le tocaba a él y consciente de ello empezó con “Me toca tirar” despertando las sonrisas de los presentes al saber que el concierto ya había comenzado. Fueron casi dos horas de concierto en las que tuvo tiempo de tocar más de 20 canciones, repitiendo el mismo setlist de la noche anterior. No faltaron los temas más conocidos de su paso por Los Piratas como “Años 80”, canción convertida ya en todo un himno; “M”, provocando los abrazos de las parejas presentes; o “Inerte” y “Santa Adrenalina”, canciones sacadas del baúl de los recuerdos en su último disco.
También hubo lugar para las versiones. “Vidas cruzadas”, canción en la que acompañó a Quique González fue una de las elegidas. “1999” de Love of Lesbian, canción que se ha convertido en fija en esta gira que le lleva de nuevo a recorrer el país, también emocionó al público. “¿Por qué te vas” de Jeanette sirvió para poner fin al rato de versiones que nos regaló el gallego sin la compañía de su hermano, Amaro, quien sabe cuál es su papel junto a su hermano y suele pasar desapercibido (salvo cuando decide dejar ir su cabeza y sus manos con la guitarra) pero siempre cumple a la perfección.
El público estaba totalmente entregado. Todas las canciones eran coreadas. Todos los presentes se emocionaban poco a poco. Era inevitable. Pero el público no había venido a escuchar a Los Piratas ni versiones, querían a Iván Ferreiro. Lo tenían delante y no decepcionó. «Paraisos Perdidos, «Jet lag», «Extrema Pobreza», «Toda la verdad», «NYC», «Mi furia paranoica»… una a una fueron apareciendo cada uno de esos temas que habían llevado a Iván a estar sobre un escenario quien no pudo evitar sacar su lado más ñoño y hortera, como él mismo definió, con canciones como «Canción de amor y muerte» o «SPNB».
Llegó el turno de “Promesas que no valen nada” y, como no podía ser de otra manera, de “Insurreción”, esa canción de El Último de la Fila que se ha convertido en su complemento perfecto. El público la cantó mientras Iván se callaba y disfrutaba de lo que tenía delante aunque en algún momento, entre risas de complicidad, tuvo que corregir a aquellos que se equivocaron con la letra.
Tras “Turnedo”, primer single de Iván en solitario, y un pequeño descanso llegó el tramo final del concierto, solo tres canciones más para poner el broche de oro a un concierto que hasta el momento no había decepcionado. Y no lo hizo. “El viaje de Chihiro” y “Dias Azules” sirvieron para introducir el plato final, esa canción con la que es imposible no emocionarse, con la que es imposible no tener la piel de gallina mientras la escuchas, con la que es imposible mantener el equilibrio… exacto, no podía ser otra. “El equilibrio es imposible”, una de las canciones que más conocidas y aclamadas de su paso por Los Piratas.
Y así, Iván y Amaro, los hermanos Ferreiro, se levantaron, dieron las gracias al público y se bajaron del escenario. Pero el público no quería irse. El público estaba emocionado y querían más… y si Iván no se lo daba serían ellos quienes se lo dieran a él. Y así fue como empezó a sonar “Mi coco”, cantada por todos los que llenaban la sala dándole así las gracias por el concierto que habían disfrutado. O quizás buscando que se marcharan pensando que “nunca el escenario les trató mejor».
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Qué bonito tuvo que ser…