Ahora que han pasado unas semanas del Ventepijo de Pozo Estrecho vamos a hablar del festival con un poco de perspectiva.
Esta III edición se planteaba como la más difícil hasta el momento, un auténtico reto para el que no se sabía si habría continuación. La organización del festival llevaba meses trabajando muy duro para sacar el festival adelante y todo ello por amor a la música y a su pueblo ya que la organización no ve un duro. Pero todo el trabajo y el esfuerzo se nubla cuando ves como como cada día todo se complica aunque finalmente el público respondió y todo el esfuerzo acabó mereciendo la pena, o eso parecía cuando mirabas las caras de la organización al terminar el festival.
El festival se encuentra ante dos caminos de cara a su próxima edición. El primero de ellos sería apostar por bandas de mayor renombre que atrajeran más público. El segundo, y el que creo que debería tomar, es el de seguir apostando por la idea con la que nació e invertir en mejorar la experiencia que, al fin y al cabo, es lo que diferencia al Ventepijo de otros festivales. No deben dejar de lado su apuesta las bandas emergentes murcianas, sea cual sea su género.
Año tras año y poco a poco van mejorando en este aspecto y así deberían seguir. Hacer el festival aún más atractivo, especialmente en esos ratos entre concierto y concierto, será el principal reto de la organización de cara a 2018. Market, actividades paralelas a los conciertos, más animación y actividades para niños, mayor decoración… tienen todo un año para trabajar en ello. Aunque llegar a ese público que solo se mueve por grandes nombres será complicado.
La apuesta de la variedad de géneros volvió a funcionar. La Tribu29 fue una de las grandes sorpresas del festival, cargados de buen rollo consiguieron que las 2 de la tarde no se hicieran tan duras. También fue nuestra primera vez con Moody Sake y cumplieron las expectativas que habíamos depositado en ellos. Una pena los problemas de sonido que surgieron durante el concierto de Clot que impidieron que dieran todo lo que pueden dar sobre el escenario. Aire Canadá siguen consolidando su apuesta a medias entre el indie y el pop, infinitamente mejores en directo que la primera vez que los vi y con una mayor confianza cada vez. Sin H y Jaro Desperdizio desplegaron su rap, quizá demasiado intimista para disfrutarlo en un festival aunque el talento les sobre.
Tras ellos llegaron Alex Orellana, el rapero que más tablas demostró tener en el festival, y un J. Higgz que dejó boquiabierto a más de uno de los presentes. La noche cayó durante el concierto de Noise Box y no puedo ser objetivo con ellos, me parece una de las mejores bandas surgidas en la Región y aún no entiendo por qué no han triunfado en el resto del país. Otro de los aciertos del festival fue incluir a la SAM Santa Cecilia; una gran forma de acercar el festival al pueblo de Pozo Estrecho que resultó todo un éxito tanto en relación al público como al resultado final sobre el escenario junto a Nunatak. Uno de esos conciertos bonitos y especiales que uno se alegra de no haberse perdido. El último concierto de la noche lo protagonizó Karmacadabra, con un show cargado de colaboraciones como las Eli Poveda y Río Viré así como performances; buscan ir más allá de la música y lo consiguen. Suzukid Dj se encargó de amenizar el final del festival, los últimos valientes siguieron bailando hasta que las puertas se cerraron.
Más allá de la música es imposible no hablar de la gastronomía del festival, un auténtico éxito que agotó existencias de todos los productos que ofertaron. Al final va a resultar que los precios populares (pero los de verdad) animan a la gente a consumir en el festival y no es necesario subirlos a niveles prohibitivos. Además, una vez más todo volvió a estar riquísimo, incluso nos compramos algún bocadillo para llevárnoslo a casa. Deseando conocer las novedades de cara al próximo año en este campo, ya nos han comentado algo y seguro que os gustará.
La mezcla de estilos también se vio fuera de los escenarios. Gente de todo tipo y de todas las edades pasó por el festival desde las 13:00 horas a las que abrieron las puertas hasta bien entrada la madrugada que se cerraron. Fueron más de 12 horas de música ininterrumpida que ofrecieron muchas posibilidades para disfrutarlas. Hubo quien pasó por allí para comer y ver algún concierto, otros decidieron disfrutar de la tarde con una cerveza bien fría, algunos llegaron cuando la noche cayó y otros aguantaron estoicamente todo el día. Precisamente estos últimos fueron los que echaron en falta más actividades paralelas a los conciertos.
Una edición complicada que superó todas las expectativas de la organización y que les devolvió las fuerzas y el ánimo de cara al año que viene. Estamos seguros de que tomarán nota de todas las sugerencias que les están llegando y que en 2018 seremos aún más los que disfrutemos del Ventepijo. Se lo merecen. Y nos merecemos un festival así. Parece que han encontrado su sitio y su camino, solo esperamos que lo sigan a pesar de las piedras que puedan aparecer. Por muchos más.
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