Amaba los torreznos de palomitas de caramelo que disponías sobre la mesa, en un lugar estratégico para que ningún primo tuviese menos posibilidades que ningún primo de coger el trozo más grande. La base, la más ancha, era más codiciada que la punta, la más estrecha. Los trocitos de caramelo se desprendían para reposar entre las juntas de los azulejos, y yo me preguntaba durante dos segundos, a lo sumo, como demonios lo harías para limpiarlo.
Odiaba tu arroz con conejo, lo odiaba con toda mi alma. Pero cada domingo me lo ponías delante y no escatimabas para nada. Eso sí, siempre tenías preparada una bolsa con golosinas que por supuesto repartías de forma absolutamente equitativa entre los tres, y poco después de la llegada de la nueva intrusa, entre los cuatro. Siempre y cuando nos comiésemos ese asqueroso arroz sin quejarnos demasiado.
Han pasado muchos años desde el último arroz con conejo que hiciste, y odio haber difuminado en mi cabeza ese momento en el que dejaste de mirarme a los ojos para pasar a no mirar a ningún sitio o a todos a la vez. Tal vez sea mejor así.
Hay un momento que siempre recordaré de «Siempre Alice». Aquel en el que Alice, Julianne Moore, la mujer más sexy de nuestros tiempos, le dice a su marido que «algo malo le está ocurriendo«. La historia de Alice es muy diferente a la media, tanto como necesaria, porque al ser joven y tener una mente cultivada es capaz de reflexionar y ser muy consciente de su realidad. No puedo llegar a imaginar cómo debe ser el diagnóstico cuando uno mantiene toda su lucidez mental.
Alice es una mujer que vive de las palabras y de repente empieza a sentir que se escapan a un ritmo frenético de su cabeza. En cuestión de meses comienza a darse cuenta de que poco a poco está dejando de ser ella, y de que esos son los últimos momentos consigo misma. Por eso decide que, llegados a este punto, no se puede hacer nada para frenar lo que no puede frenarse. Que solo le queda vivir el presente, porque el pasado ya no lo recuerda y el futuro le aterroriza. Y eso la honra, a ella y a ti también.
La puta ironía de la vida es que, cuanto más avanza el alzheimer y más anciana te vuelves, más me recuerdas a una niña. Hoy he ido a visitarte, pienso que puede que pronto ya no estés y me apetece disfrutarte algo más. Y antes de entrar debo respirar profundamente para fingir que ya no queda nada en esa casa que me guste, excepto tú y él. Pero tú ya no eres tú, te has olvidado de quién eres tú y de quien soy yo y de quien es él. Yo ya no soy un niño pero tú sí.
Es una pena porque yo no sé hacer torreznos de palomitas de caramelo. Tampoco puedo darte golosinas, por niña que seas. Pero puedo estar ahí mucho tiempo para verte sonreír sin saber por qué. Es como una sensación de que me conoces, o tal vez esa sensación es la que yo quiero sentir. Qué más dará si nadie puede decirme si es o no cierta, así que pasémonos por el forro las verdades y mintamos. Miénteme cuando afirmas saber quién soy. Sé tramposa. Juega un poco, te lo has ganado.
Ahora mataría por ese arroz con conejo que tanto aborrecía.
Para María, para Alice, y para todos los afectados por la enfermedad más terrible del mundo. Que nunca se os olvide lo que es olvidar.
No Comments