Como recién llegado de Irlanda, como si se hubiese adentrado en un callejón de la dublinesa Grafton Street que fuera a parar al Teatro Circo de Murcia, Glen Hansard apareció en el escenario con su gorro de invierno, su chaqueta vaquera, su mirada un poco encandilada por el foco que le alumbraba, sonriendo con una sonrisa de amigo de toda la vida. Enseguida se despojó de su invernal indumentaria y encendió unas lamparillas que prendieron en torno al piano y las guitarras ese ambiente íntimo y cálido de reminiscencia irlandesa, de imaginería de taberna a última hora.
Era 26 de marzo, y domingo, y anochecía afuera. El cantante se presentó educadamente en español: “Me llamo Glen. Soy irlandés. Me siento muy feliz de estar aquí”. Y abrazado ya a su guitarra, rasgando algunos acordes, alzó la vista a la techumbre circense y dijo: “Este lugar es realmente maravilloso. Hacía mucho tiempo que no había tocado en un sitio como este”. Habló un poco de Murcia. Dijo que había oído acerca de esta ciudad por referencias de un familiar suyo. Pocas horas antes, Glen había visto y le había gustado “el caminar despacio de las gentes de Murcia”. Y así comenzó él: sin prisas, suavemente, con dos temas como de primera caricia. A sus espaldas, el bombo de una batería que adornaba el rincón llevaba una inscripción: Save a soul. Mission.
Tras cada canción, Glen Hansard ojeaba su cartapacio con los temas del concierto. Y antes de tocar el siguiente volvió a hablarnos, cada vez más cercano, cada vez más amigo: “Esta canción es un poco triste”, y sin embargo el resultado no tiene tonalidades tristes y se llama Winning Streak (buena racha), de su último disco ‘Didn’t he ramble’ (2015). No sonaba igual que en el disco. Aquella tarde noche en el Teatro Circo había algo más. Los temas estaban vivos, como recién naciendo de nuevo, más desnudos a nuestros oídos. Y los ojos de Glen guiñados, dándolos a luz, una negación constante con la cabeza, el rostro dolorosamente arrugado, su mano derecha a velocidades prohibidas.
Cambio de guitarra, la de la tapa rota. “A veces, un instrumento te da la canción”, dijo. Cuántos conciertos, cuántos momentos ha vivido esa acústica, la única que puede latir con auténtica fiereza, con rugir de sabia experiencia, los temas de la película Once, como por ejemplo When your mind’s made up. Las cuerdas parecían una prolongación de las últimas venas de los dedos de Glen, de las arterias de Glen Hansard que siempre se encuentran rayanas a la explosión. Y sin ser jamás espeluznante, el griterío fiero del irlandés logra armonizarse melódicamente. Gritos que salvan almas.
Y de golpe, como si nada se resintiera, como si la bomba y el silencio fueran hermanos, Glen Hansard se calma, amansa el ritmo, sin notársele ni una pizca de fatiga, ni un rescoldo del azogue anterior, como si ahí no hubieran latido, hace unos instantes, cientos, miles de corazones a la vez. Se levanta. Deja la guitarra. Pasea un poco por el pequeño mundo que hay en el centro del escenario. Se sienta en el piano de porte antiguo, acomoda los dedos, pero antes se gira y nos habla de nuevo, con voz de confidencia: “Hoy es el día de la madre en Irlanda. Esta canción que voy a tocar se la dedico a la mía, que no está pasando por un buen momento”, y hunde la cabeza sobre su pecho, visiblemente emocionado, y canta Bird of sorrow, de su disco ‘Rhythm and Repose’ (2012).
Glen Hansard se levanta del sillín del piano con apremio. Vuelve al taburete, coge otro instrumento. Una mandolina. Y dice con un poso de nostalgia mientras la arpegia: “Cuando yo era pequeño recuerdo aquellas largas tertulias con mi padre y sus amigos en casa. Hoy he visto aquí en Murcia a muchos niños mezclados con sus padres y abuelos. Esa mezcla de generaciones se está perdiendo en Irlanda”. Y toca Lowly deserter, otro tema de ‘Didn’t he ramble’. Entre el público sobresale la voz de un espontáneo, al que Glen le invita a subir. Andrea, o Caterino como Glen lo llama, porta una coraza como de hojalata en el pecho y se la golpea, al ritmo de la cabreada Lowly deserter, marcando una bélica percusión casera.
En el pedazo del escenario que semeja a un rincón de taberna, Glen se sienta de nuevo al piano y recuerda las noches de whisky en su tierra y aquel consejo que le dio un viejo irlandés sobre la bebida: “Hay que saber beber, Glen, la segunda siempre hay que tomársela slowly, slowly”. Y entonces suena McCormack’s Wall, una canción sobre la bebida, para bailar como los hobbits, con violines imaginarios y brindando pintas espumosas, enganchándose de bracetes, cada vez más colorados, cada vez más colorado Glen Hansard, ahí, amorrado al piano, ahí, pasando de la imaginada efusión etílica al remanso lírico: Well, this is a song of drinking. And for a drink it will be sung. And I’ll sing it right, and I’ll say goodnight. Unless they’re serving another one. Y ya no hay más letra, hay letras sueltas, beodo tartamudeo melódico: La, din, da, da, la, din…
Y fue justo después de este tema, al filo de las diez y media de la noche, cuando incluso alguno pensaba que ya no la iría a tocar, el momento estelar en que Glen Hansard agarró de nuevo esa guitarra de la tapa desportillada, aquella guitarra de la película Once, y… I don’t know you, but I want you… El Oscar a la mejor canción original en 2008, Falling slowly, estaba ahí, al alcance de nuestros tímpanos; pero Glen Hansard se detuvo porque oyó que le decían algo desde el público. Una chica le preguntaba si podía subir a cantarla con él, y Glen accedió, y la chica, entonces, parecía Roberto Bennigni cuando le dieron el Oscar por La vida es bella, corriendo por entre las butacas, saltando hacia el escenario. En su origen era Markéta Irglová la que hacía la segunda voz de la canción; en otras ocasiones ha sido Lisa Hannigan; y la otra noche en el Teatro Circo fue una joven llamada África, emocionada, que no daba crédito, ahí con Glen Hansard cantando aquel mítico tema de aquella clásica escena de Once, la del piano, en la tienda de música.
Después de tocar más temas de ‘Rhythm and Repose’, como High Hope, o This gift —que cantó junto a su sobrina que se encontraba entre el público—, y más de ‘Didn’t he ramble’, como My little ruin, Stay the road, Wedding ring, Her mercy, Glen Hansard se puso en pie y se acercó al borde del escenario y cantó sin amplificación, como si estuviera tocando en la calle, donde empezó con la música cuando tenía 13 años, Grafton Street, aquella escena de Once, cantando a gritos Say it to me now. Escalando notas, tonos, agudos, sublimando la queja, tentando a la afonía, a las venas del cuello, hasta que de nuevo, de golpe, como si no hubiera pasado nada, relampagueantemente, llega la paz, el cielo, las estrellas, la nostalgia.
Precisamente, uno de los últimos temas fue Star, star, de la época de The Frames. Los ojos entornados, la voz susurrante. Star, star, teach me how to shine. El público brillaba, como estrellas viendo a la Estrella, que ya se despedía, como almas muy relucientes que hubiese salvado el chamán de la ajada guitarra. Glen Hansard ya se marchaba por el mismo lugar por donde había aparecido al principio, tal cual si llegara de Irlanda, con su gorro de invierno, como entrando a un último bar de luces tenues, el piano solitario franqueado por las amarillentas tulipas.
Glen Hansard desaparecía del escenario despacio, de ese modo en que, según él, andan los murcianos. La cabeza un poco gacha, la chaqueta vaquera desmayada en su brazo, el cartapacio pegado a su costado rumbo a otro concierto, todavía el delicado latido de vida en el cuello después de tantos susurros a gritos, a gritos armónicos, hasta que se fundió en negro con la misión cumplida con creces de haber salvado a más de un alma.
12 Comments
Hola. Soy África, la Bennigni del Teatro Circo, jaja. Después de leer tu artículo he pensado que quizás tendrías alguna foto de mi momento especial en el concierto cantando con Glen «Falling Slowly». Sería un gran recuerdo para mí tener una de esas fotos. No sé si hiciste más, pero te agradecería mucho que me las enviaras si acaso las tienes.
Muchas gracias de antemano. Gran concierto!
Un saludo
África
Buenos días, África.
Lo sentimos mucho pero solo podíamos hacer fotografías durante las primeras 3 canciones 🙁
Oh! Bueno, no pasa nada. Me queda el buen recuerdo. Gracias de todas formas! 🙂
Un pequeño vídeo: https://twitter.com/allymcbeer_/status/846126440290701317
Guau! 😀 Muchísimas gracias! Ahora soy un poquito más feliz, jaja. Gracias de verdad. Un abrazo!
Gran concierto!!! Yo estuve allí viendo el concierto y también ese momento especial para África (es que lo tiene que ser si yo fuera tía creo que hubiese hecho lo mismo,jajajaja). He de decir que estuviste muy bien (incluido ese pequeño lapso lírico que quedó simpático), armarse de valor y subirte a un escenario así con el corazón mil hace falta tener muchos bemoles. Enhorabuena tanto a Antonio por su crónica (muy acertada) como a África por su pequeña gran colaboración. Espero poder volver al Teatro Circo de Murcia para otros eventos!!! Saludos
Gracias, sí que fue un momento muy especial… Me puse un poquillo nerviosa y se me fue la canción, jaja. Pero me sentía en la gloria! 🙂
Gracias, Josué. Fue un conciertazo. Saludos
Preciosa esta reseña, es buenísima y además a mi me viene genial porque me quedé sin entender muchas de las cosas que decía antes de cada canción jeje. Mi inglés no es muy bueno….y así que mil gracias😆.
Gracias, Encarni. Me alegro que la crónica te ayudara a entender más cosas de este increíble concierto. Saludos.
Yo tuve la oportunidad de verlo en Barcelona el año pasado y solo comentar ,aquel que tenga dudas, que no deje pasar la oportunidad de ver a este inmenso musico en directo, no importa si no conoces mucho de el. Sus actuaciones son magia y se deja el alma en el escenario y logra crear momentos unicos de gran emocion.
Anda! Yo también estuve en el concierto de Barcelona del año pasado. De hecho, canté con él «Falling Slowly» (otra vez), jaja. Fue increíble!