Con demasiada frecuencia tendemos a acuñar términos como «rompedor», «distinto» o «innovador» a propuestas escénicas que se salen de la carretera (con pocas curvas) que traza lo estrictamente popular o comercial. Miguel Noguera (Las Palmas de Gran Canaria, 1979) no entiende de caminos impuestos. Asistir a uno de sus ultrashows es dejarse llevar por las normas que rige su mente, visitando paisajes y situaciones que te llevan a la risa no sin antes divagar por tu psique y la del propio Noguera, que rompe, innova y se diferencia de cualquier otro artista actual como nunca habrás visto antes. Este jueves 27 de Octubre repite en la Sala REM de Murcia después de hacer estallar mentes y desencajar mandíbulas hace ahora un año.
¿Cuánto hay de observación y cuánto de fantasía en cada una de tus ideas?
Todo lo que explico parte de algo que vi, oí o pensé automáticamente en un momento dado. Jamás me he puesto a «imaginar ideas». Cuando las explico en el escenario, la teatralización y el bromeo hacen que a veces se den ocurrencias que incorporo al contenido.
En muchas ocasiones utilizas giros impensables dentro de tus ideas que hacen que el público se decoloque por completo a la vez que mantenga la expectación por saber hacia dónde va a ir una historia. ¿Cuándo sabes que una idea está acabada, redondeada?
No hay acabamientos ni redondeamientos. La retórica del «artesano del humor», los términos como «pulir», «trabajar» o «darle una vuelta» no existen en mi pensamiento. Simplemente explico la misma cosa una y otra vez y de forma natural le añado figuras, florituras y giros que surgen de la euforia que me provoca explicarla en público. Obviamente la euforia nace de la presión a la que te somete la presencia expectante, ávida, del público, que además ha pagado dinero para que les diviertas. Ojalá las ideas fueran lo de menos, ojalá delante del público me brotaran al instante imágenes siempre distintas —«fintas dentro de las fintas», como decían en Dune—, ojalá no se me asociara a ningún ingenio, a ninguna dialéctica de «acierto-error» o «bueno-malo», sino al verbo automático delirante, al arrebato narcisista. Ojalá un Cañita Brava respetado.
Llevas publicados cinco libros en otros tantos años (el último, La Muerte del Piyayo. Blackie Books, 2016). ¿Cómo separas lo que vas a usar específicamente para ellos y lo que llevarás a tus ultrashows?
Todas las imágenes que proyecto en los Ultrashows irán a parar al siguiente libro. Hago los dibujos para el libro y los aprovecho para el show. En los libros puedo explicar muchas más cosas que en los shows, no solo por la extensión sino porque en los libros, o en la escritura en general, no existe ese público apremiante que quiere que les diviertas. La única premisa es la claridad, no enrollarse, ser fiel al contenido originario, condensar y tener mucho cuidado. En los libros podría explicar lo mismo que en el show y tendría un aspecto distinto, aunque también es verdad que si lo he explicado en el show me da más palo escribirlo para el libro, y viceversa.
Catalogar tu estilo es muy complicado. Sin embargo tú no te encasillas como humorista. ¿Hay alguna etiqueta con la que te sientas más identificado?
Aunque lo que hago sea mi medio de vida desde hace cinco años, aunque tenga mucho éxito, la etiqueta de «artista amateur» está de coña.
Jordi Costa dijo de ti que eres «el Ferrán Adrià de la risa». Has actuado en Museos y la crítica te considera artista de culto. ¿Sientes algún tipo de presión al recibir tantos halagos? ¿Te sientes cómodo con ellos?
En absoluto, los halagos institucionales me paralizan y me avergüenzan. No es que sienta presión, es que directamente no puedo ni quiero defender lo que hago ante nadie; y un halago de ese tipo hace que el mundo afile su juicio y te cuestione de antemano, que pongan a prueba si eso que se dice de ti —que eres tan especial y tan no sé qué—, es cierto, y evidentemente en mi caso solo pueden sentirse defraudados. Yo no cumplo ningún requisito de excelencia ni de destreza en nada, ni quiero cumplirlo.
El sentido del humor es algo que une mucho, pero también separa. Pongámonos en situación. Conozco a una chica una noche y me gusta. Sin apenas saber sus gustos, ¿es buena idea invitarla a ver a Miguel Noguera este Jueves en la REM?
Si apenas conoces sus gustos pregúntale qué le gusta, puñeta. No la invites ciegamente… ¡Hala, ahora te vas a tragar hora y pico de este calvo gritando en el escenario solo porque a mí me gusta! Casi te diría que invitar ciegamente a alguien que no conoces a un espectáculo elegido de manera unilateral es una agresión.
Foto: Nia Gvatua
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