El señor Y es un asesino hipocondríaco. Puedes creértelo o no. Pero es cierto. Alguien que se marea al ver sangre o se siente tan enfermo que tiene claro que morirá de un momento a otro no parece tener madera de asesino, ¿verdad? Si te pica la curiosidad quizá debas buscar el libro que ya han leído todos los jóvenes de Cartagena. Si quieres pasar un buen rato riendo, aprendiendo y disfrutando de una lectura que parodia la novela negra, si quieres conocer a un personaje entrañable y volverte loco descubriendo las enfermedades más raras que puedas imaginar, no lo dudes: tienes que leer ahora mismo El asesino hipocondríaco.
Mientras tanto, puedes conocer a su autor, Juan Jacinto Muñoz Rengel, en la entrevista que pudimos hacerle tras su paso por el Premio Mandarache, en el que está nominado. Dejó a todos los jóvenes embobados –y a los no tan jóvenes- en los diferentes encuentros que ofreció la semana pasada en Cartagena. Lo mismo ocurre aquí con sus respuestas: son toda una lección de vida. No os las perdáis.
Acabas de volver de Cartagena. ¿Cómo llevas la resaca post-premio Mandarache?
(Risas). Pues estoy todavía bastante sobrepasado porque ha sido una experiencia espectacular. Creo que pocas veces en la vida cualquier autor vive cosas así. Por un lado, por lo multitudinario, por el encuentro tan impresionante que supuso, sobre todo, el tercero de los encuentros en el Paraninfo con seiscientos y pico estudiantes; y por otro lado, por el hecho de que fueran jóvenes, porque reunir a tanta gente lectora es difícil pero reunir a lectores que además sean jóvenes y que se hayan leído el libro es mucho más. Uno suele siempre estar en contacto con gente que es posible lectora de tu libro, es decir, que quizá se lo acabe comprando y leyendo, pero aquí la mayoría de los jóvenes se lo habían leído o estaban en ello y además con unas edades todavía por debajo de la mayoría de edad. Es una cosa impresionante.
También estoy muy gratamente sorprendido por cómo se han comportado. Me parecía que eran adultos todo el tiempo. Me imagino que también eso es parte de la labor de organización que hace que estén desde el principio en contacto con los libros, que los profesores que están también metidos en todo el proceso hayan guiado las lecturas, las preguntas y todo lo demás. El caso es que han llegado allí y para ser un centenar de adolescentes se han portado estupendamente, todas las preguntas eran pertinentes, en ningún momento nadie se ha distraído, no ha habido nada extraño en ningún momento, no ha habido ni siquiera ruido. Una cosa asombrosa.
Además, ayer fue tu cumpleaños. ¿Esperabas celebrarlo con tantísimos jóvenes?
No, no, no. Es que, además, era no solo el día de mi cumpleaños sino que era mi cuarenta cumpleaños, una cifra que siempre da mucho respecto porque es un número muy redondo y se habla de la crisis de los cuarenta y todo esto. Uno se imagina muchas veces cómo será ese momento y de ninguna manera me podía esperar yo que justo ese día iba a estar absolutamente rodeado de jóvenes tan jóvenes y que además me iban a cantar Cumpleaños Feliz como ocurrió, que me encantó. Todo un auditorio cantando ¡yo no sabía dónde meterme! Una experiencia gratísima de las que no se olvidan. No creo que eso se pueda olvidar.
Pudiste disfrutar de varios encuentros con los jóvenes votantes. En el último, tenías a cientos de ellos. Todos habían leído tu libro y querían saber más sobre ti. ¿Te afecta más su juicio o el de los adultos?
Sí, desde luego. Para empezar, son más sinceros y además tienen las ideas mucho más claras sobre los propios gustos. Creo que cualquier adulto se muestra más dudoso, aparte de que por cuestiones de cortesía pueda ser menos sincero. Todos nosotros hablamos un poco de esto me ha gustado más, esto me ha gustado menos, pero ellos no. Ellos tienen clarísimo: Esto no me gusta. Y ya está, sin medias tintas. Cuando les gusta algo lo defienden muchísimo y cuando no, todo lo contrario.
Entonces, claro, da mucho respeto todo eso. Precisamente porque es una opinión sincera pero, al mismo tiempo quizá es la más valiosa por eso. Creo que mi paso por el Mandarache sobre todo me aporta eso: la frescura de contar con el lector más puro. Quizá el lector más contaminado es el lector especializado, el crítico literario, otros escritores… somos siempre tendenciosos porque estamos dentro de todos esos prejuicios que va creando el mundo cultural. Ya te acercas al libro con unas connotaciones. Sin embargo, aquí te vas encontrando con lectores cada vez más inocentes, más vírgenes. Creo que el grado de pureza máximo es el que me encontré ayer. Ahí sí que no hay ningún tipo de condicionamiento. O le gusta el libro o no le gusta el libro. No hay más.
Escuchando a los jóvenes, parece que tu novela les ha gustado mucho. Las redes sociales dan buena cuenta de ello. Si ahora te dijeran que quieren leer más, ¿hacia dónde los dirigirías?
Primero me alegraría muchísimo de que les hubiera gustado. No sé hasta qué punto les habrá gustado a todos. A lo mejor se te acercan los que han estado más satisfechos con el libro. Dentro de todo eso, creo que es verdad, que por lo menos lo pasamos bien y sí es verdad que muchos se me acercaron para decirme que les había gustado o que les había encantado.
Y ¿qué les recomendaría? Por un lado, claro, el que esté habituado a la novela, lo siguiente que podría leer sería la novela que he publicado a continuación que se llama El sueño del otro, ahora bien, no tienen nada que ver. Es una novela mucho más seria, más reflexiva, con una trama fantástica donde los dos protagonistas se sueñan mutuamente y no se sabe en ningún momento cuál de los dos es real. Todas esas dudas en espiral nos llevan a percepciones mucho más filosóficas. Aunque cambiaran de género por el tipo de lectura, quizá les podría apetecer más mi último libro de microrrelatos que se titula El libro de los pequeños milagros. Les podría sorprender porque creo que tiene cosas que pueden interesar al público joven. Por un lado, les va a volver a romper las estructuras establecidas porque no es una historia común, son muchas mini historias de un párrafo totalmente distintas entre sí. Por otro lado, el género del microrrelato es muy dado a la imaginación, entonces de alguna forma, he volcado ahí mis ideas más disparatadas, las más extremas, las más fantásticas. He creado un bestiario de monstruos imposibles, he creado todo un universo personal, incluso con multiversos, con series de microrrelatos donde el tiempo va hacia atrás… hay un montón de ideas que no sé si a todos los jóvenes, pero a una parte de ellos, estoy convencido de que podría interesarles.
Uno de los jóvenes te preguntó la razón por la que te hiciste escritor y tú respondiste con una bonita reflexión sobre el poder de la imaginación. ¿Crees que se está privando a las nuevas generaciones de imaginación, de creatividad y de conciencia crítica?
Bueno sí, yo creo que sí. Por desgracia y tengo que ser un poco pesimista, para que uno desarrolle la imaginación no basta solo con sentarse de una forma pasiva delante del televisor. Incluso cuando hacemos un buen consumo del televisor -que se puede hacer-, también lo decía ayer, hay cosas interesantes también en la televisión y hay series muy interesantes narrativamente hablando y luego están los informativos y cosas que sí se pueden ver o hay que ver. Pero incluso en esos casos, no estamos haciendo la misma actividad creadora que cuando estamos en la vida real o cuando estamos escribiendo nosotros o estamos haciendo cualquier otra cosa que tenga que ver con la creatividad.
Al fin y al cabo somos sujetos pasivos incluso cuando estamos viendo, ya digo, el mejor producto televisivo, ya no te digo si estamos viendo telebasura pero al final, creo que el adolescente de hoy se pasa muchas horas delante del televisor y muchas horas con los videojuegos y está ya más que comprobado que hasta el videojuego más estimulante desarrolla menos capacidades cognitivas que jugar en la calle, por ejemplo. Cualquier juego tradicional en la calle está haciendo aprender mucho más al niño. Y uno puede decir ¿cómo antes podíamos aprender con unas canicas, con un escondite, más que con un juego tan avanzado, que está en tres dimensiones…? Pues porque en la vida real estás socializando, estás conociendo a otros y estás sacando mil matices de cada gesto que hace otro, de cada reacción, de estar en el mundo… también de la naturaleza y de muchas otras cosas. Cuando eso lo vamos aplicando a todo, al final, la lectura que se hace en Internet es una lectura básica, lees en diagonal, lees los titulares, lees los tweets -y ya no te los lees ni enteros- y todo lo que hacemos en la vida hoy aporta mucha información, muchos datos, todo está al alcance de todos, la información se ha popularizado y eso es magnífico, pero está disminuyendo la calidad de percepción y de comprensión de esa información y al final se vuelve todo un poco confuso. Hay mucha interferencia y cualquier adolescente necesita espacios de tiempo a lo largo del día, de sus semanas en los que poder pensar, en los que poder hacer actividades que tienen que ver con una comprensión más profunda, como la lectura que es una de ellas.
Teniendo todo esto sobre la mesa, el tema de las redes sociales, de la televisión… se puede pensar que los jóvenes no leen, que no dedican tiempo a leer en la intimidad pero, por ejemplo, este premio hace que creamos lo contrario. ¿Es real? ¿Ganaría la lectura?
No, claro. Es que los jóvenes no leen, salvo en Cartagena (risas). Eso es totalmente cierto. Realmente, los jóvenes de cualquier ciudad no leen. Lo que pasa es que en Cartagena está sucediendo un fenómeno que no está sucediendo en ninguna otra ciudad de España: todos los años durante las nueve ediciones que lleva el premio salen cuatro mil nuevos lectores que se mantienen siendo lectores en muchos casos y que siguen participando en el premio y siguen involucrados como voluntarios. Esta creación de nuevas hornadas de lectores, si las multiplicamos por esos miles y por esas nueve ediciones, van dejando una huella en la sociedad lo que hace que cambien completamente las estadísticas de lectura de Cartagena.
Pero si tú te vas a cualquier otro sitio, lo normal es que te encuentres no ya con adolescentes, sino con chavales de dieciocho años que te dicen no, no, no, es que yo no me he leído ningún libro y te quedas helado porque a esa edad ya tendrías que haber leído mucho. En otras ciudades no se está leyendo y, claro, si tú tienes una media de cuatro horas de televisión y luego estás con Twitter o con el WhatsApp en todos los huecos de tu vida, incluso cuando estás en el transporte, en el baño… no te queda un solo minuto, no ya para leer sino para pensar.
Siempre hablamos de leer pero es que, realmente no queda tiempo para pensar. Si tú el minuto que estabas antes perdiéndolo en el ascensor, que era un minuto precioso para darte cuenta de que estás saliendo de tu casa y de que vas a enfrentarte a la vida y en ese minuto estás mandando un mensaje… Si en los veinte minutos que pasamos en el autobús o el transporte, en lo que sea, que antes pensabas y ahora estás mandando mensajes y tuiteando y tal, al final, cuando vas sumando todo, no te queda ni un solo hueco para decir: ¿Quién soy? ¿Dónde estoy?
¿Te parece que la situación actual de la educación está ayudando a crear lectores y personas con capacidad crítica?
Bueno, creo que estamos en un momento muy malo para la educación y creo que, al margen de los recortes, los enfoques son totalmente erróneos y la desgracia de este país es que parece que siempre estamos así, porque cada cuatro años cambia el gobierno. A veces cambia y a veces no cambia, pero en cualquier caso volvemos a equivocarnos: uno lo está haciendo mal y otro lo vuelve a hacer mal en otra dirección. No se acaba de establecer un sistema educativo con el que esté de acuerdo, por ejemplo, el profesorado. Al final, son órdenes de las altas esferas sin consultar al profesor vocacional, el que está todos los días partiéndose la cara en la clase y luchando por sacar a sus alumnos adelante. Hasta ahora no había ni siquiera ese consenso. Ahora mismo, creo que haría falta otra reforma, pero ya otra reforma coherente y casi definitiva que nos dure unos años, que no tengamos que estar cambiando cada dos por tres para volver a empeorar.
En C’Mon Murcia prestamos mucha atención a la escena musical. Escribimos crónicas de conciertos, críticas de música, grabamos acústicos con los grupos que nos visitan… ¿Qué lugar ocupa la música en tu vida?
Pues fíjate, no ocupa demasiado pero, sin embargo, sí que la he ido metiendo un poco en mis libros. Por ejemplo, en El asesino hipocondríaco, hay algún momento en el que la utilizo para hablar de la soledad del personaje: el señor Y, el protagonista, ha colocado unos micros en la casa de su víctima y, por primera vez, está oyendo hablar a una pareja, pero es que la pareja pone música en su casa y, por primera vez en la casa del asesino hipocondríaco, que está a kilómetros, Utilizo la música un poco como símbolo de aquí hay humanidad, aquí hay vida aquí, hay relación de personas; y en la casa de este solitario no había. De repente entra esa magia.
En algunos cuentos míos también he utilizado la música como recurso narrativo para unir relatos entre sí para conducir a los personajes… pero luego, yo no soy muy oyente de música. Me gustaría serlo, no es una cosa que yo haya elegido, lo veo como una incapacidad. Cuando veo gente que es capaz de disfrutar de la música, le tengo envidia porque, realmente, a mí me gustaría poder disfrutar de ella igual. No es que yo haya dicho que no me guste esto. Al igual que yo disfruto con muchas otras cosas de la vida y me encanta, por ejemplo, probar todos los platos posibles y escribir, me encantaría tener también esa capacidad para sacarle más partido, pero bueno, ahí vamos, poquito a poco.
¿Nos puedes adelantar lo que estás escribiendo ahora?
Estoy con una nueva novela en la que ocurre algo parecido a lo de El asesino hipocondríaco. Este tenía apariencia de novela negra y luego era otra cosa y en la que estoy escribiendo hay una apariencia de novela histórica pero no terminará siéndolo. Lo que voy a hacer es meter un poco el realismo mágico latinoamericano, lo voy a traer al contexto del siglo dieciséis en Europa. Y voy a aprovechar para hacer una especie de recorrido por los orígenes de la literatura fantástica europea. Es una cosa muy complicada pero a la vez, vuelve a aparecer lo que a mí me interesa: esa fusión de géneros. En principio puede no parecerse nada a El asesino hipocondríaco y otras obras y, sin embargo, tiene ese punto en común que es explorar los límites de los géneros y no perder la imaginación. Con ella estoy y en principio estaría programada para aparecer en el último trimestre del 2015.
¿Por qué tiene que leer un joven?
Creo que cualquiera tiene que leer si le quiere sacar más partido a la vida, si quiere disfrutar más con las cosas, comprender las cosas en más profundidad. Esto puede parecer un poco como obvio a algunos, muy abstracto a otros. Uno puede a veces pasar por la vida sin darse cuenta, pasar por la vida de una manera tan simple -en el peor de los sentidos-, sin sacarle partido a las cosas. Y te pasa un día sobre otro y luego al final resulta que dices ¿yo qué he hecho con mi vida? Y no estás disfrutando de los pequeños momentos, de los pequeños matices, pero tampoco de la complejidad de las cosas.
Leer es lo que te va a dar esa amplitud, leer es abrir ventanas en tu mente a otros mundos y otras posibilidades y no solo cuando vas a otro mundo que es una isla del tesoro o un planeta distinto, la cabeza de otra persona o la casa de otra persona en otra civilización, otra cultura… no es solo eso, sino que luego, una vez que has leído y llevas esas ventanas abiertas, tu percepción también se ha desplegado y vas por la calle y vas viendo las cosas distintas y finalmente hay una magia en la vida que empiezas a comprender. De la otra manera, es más animal. Más animal en el sentido más básico de la palabra. Al final pasas por la vida y, bueno sí, te alimentas todos los días, andas, cumples con tu trabajo y tus obligaciones pero poco más. El esfuerzo merece la pena. Las cosas que más merecen la pena, han costado un poco de esfuerzo. Leer cuesta un poco de esfuerzo porque luego te da placeres mayores a, por ejemplo, ver la televisión, que te cuesta menos, te da un placer más básico, más fácil, pero no deja tanta huella.
Si ganas el Premio Mandarache, ¿podrán los jóvenes ver por aquí al señor Y o estará ocupado imaginando nuevas y extrañísimas enfermedades?
(Risas) Bueno, creo que el señor Y es una especie de sombra mía. Entiendo que soy su representante en la Tierra, él no se deja ver porque sabe que lo pueden atrapar en cualquier momento. Por eso va siempre disfrazado, a lo mejor estaba allí, en el Paraninfo sin que nos diéramos cuenta. (Risas).
Fotografías por Santiago Ros.
No Comments