Hablemos de Jeff Dahmer
Jef nunca fue un chico normal. Ser un chico anormal es muy normal en el instituto. Pero Jeff nunca fue un chico anormal normal. Cambiemos la perspectiva. Hablemos de Jeff pero hagámoslo al revés: de atrás hacia delante, pero hablemos de Jeff.
Jeff no tuvo una muerte espectacular. Cumplía una cadena perpetua cuando murió camino al hospital. Una hemorragia craneal causada por un golpe de una barra de hierro había sido la causante. Jeff tenía muchos enemigos en la cárcel y, aunque sobrevivió a una puñalada, el segundo ataque fue mortal. Tenía treinta años cuando murió.
Jeff era católico. Nació en un seno católico, en un pueblo pequeño y también católico. Según confesó en una larga entrevista en la que no dudó en contar absolutamente todo aquello que le preguntaban, el catolicismo lo salvó. A pesar de sus actos, se bautizó en la cárcel y pasó su encarcelamiento rezando e intentando llevar una vida cristiana. No era la primera vez que se refugiaba en la iglesia para resarcirse de sus actos, siempre en vano.
Jeff tenía un grave problema de alcoholismo. Estaba muy acostumbrado a realizar siempre el mismo modus operandis: seleccionar una víctima, drogarla, estrangularla y comenzar a realizar sus rituales psicóticos. Pero aquella noche de Julio de 1991, Jeff se quedó sin alcohol. No se veía capaz de desmembrar estando sobrio, por lo que salió un momento de casa dejando a Tracy Edwards inconsciente. Lamentablemente para Jeff, Tracy despertó y alertó a la policía, que no dudó en entrar en casa y descubrir una colección de fotos de Jeff desnudo junto a varios cadáveres,
Jeff se sentía arropado cuando estaba cerca de sus víctimas. Pero con el paso del tiempo su saciedad era más y más difícil de cubrir. ¿Qué podía hacer Jeff para estar aún más vinculado a esos cadáveres que se amontonaban en su jardín? Encima, el olor comenzaba a extenderse y a ser incontrolable. Jeff pensó que podría comérselos. En su entrevista intentaba justificarse:
“Eso me hizo sentir que ellos se convertían en una parte permanente de mí”
Jeff mató a 17 personas en total. Muchos de ellos eran afroamericanos. Antes de decantarse por el canibalismo y para sentirse aún más vinculado a ellos, elaboró rituales para mantener a los cadáveres más tiempo junto a él. Momificaba las partes desmembradas, como la cabeza o los genitales, y los guardaba para sentirse mejor.
Jeff se rindió ante su ansia psicópata cuando tenía 27 años. Aunque no siempre fue así, el punto de inflexión ocurrió en Noviembre de 1987, cuando conoció a chico de 25 años llamado Steve que flirteo con él en la biblioteca. Ambos acabaron en la casa de Jeff, pero al despertar al día siguiente, la cama estaba llena de sangre y signos de violencia. Jeff se asustó mucho porque no recordaba nada, limpió todo y se deshizo del cadáver (de nuevo, en su jardín). Fue ahí cuando Jeff tomó la decisión de no refrenar más sus deseos.
Jeff convirtió sus deseos sexuales en realidad antes de ser mayor de edad. Él acababa de terminar el instituto, su víctima era un chico de 18 años llamado Steven Hicks. Jeff fantaseaba con tener sexo con un autoestopista, así que la noche que recogió a Hicks, lo invitó a casa. Al ver que el chico pretendía irse, Jeff no lo soportó y lo estranguló hasta matarlo. Le cortó la cabeza antes de deshacerse del cadáver y se masturbó mirándola en el baño.
Jeff era gay. Ser un adolescente gay en un pueblecito tan pequeño puede resultar traumático, pero mucho más si eres Jeff. Porque Jeff no tenía fantasías normales con ese corredor que cada día pasaba por la ventana de su casa, sudoroso, incansable. No, Jeff tenía fantasías con ese corredor en su cama, pero muerto. A Jeff las fantasías sexuales con cadáveres no le dejaban respirar. Lo ahogaban, lo estrangulaban.
Supongo que tendréis curiosidad por conocer más de ese Jeff que aún no había drogado, violado, asesinado, ni desmembrado…
Jeff fue compañero en el instituto de Derf Backderf. Ser compañero de un asesino en serie cuando todavía no era un asesino en serie, no es algo que pueda olvidarse. Necesitaba quitarse ese peso de encima, necesitaba contar la realidad, tal y como es, de un chico que aficionaba a recoger animales muertos para guardarlos en tarros con ácido. Derf podría haberse convertido en un banquero, en un médico o en un profesor, pero Derf se convirtió en un contador de historias dibujadas y nos ofreció la oportunidad de conocer a Jeff, que era un monstruo que odiaba ser monstruo.
Comprender a un psicópata que supera cualquier límite de la barbarie que podáis imaginar es algo terriblemente necesario. La horrible condición humana de Jeff, sus pérfidos deseos, sus instintos, surgieron en su mente y nadie supo verlo. Derf deja claro que justificar a Jeff es absurdo, que él asesinó siendo consciente de su asesinato y que su demostradísima cordura y sus confesiones así lo demuestran. A través de un trazo deformado que produce escalofríos desde la primera letra, hasta el último dibujo, Derf nos dice que, tal vez, hubo un error por parte de los adultos que insistieron en no ver, a pesar de lo evidente que era, que Jeff nunca fue un chico anormal normal.
Jeff es conocido actualemente como «El carnicero de Milwaukee».
“No sé de dónde salió [su hambre sexual], probablemente nunca lo sepa. Pero nunca soñé que se pudiera convertir en realidad.”
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