¡Ey, papá!, que dice Paco Roca que si un día te vas ya no habrá tiempo para decirte todo esto. Porque el tiempo no es continuo, no se trata de segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años… se trata de un “de repente”. De repente ya han pasado los segundos, minutos, horas, días, semanas, meses y años que nos correspondían, y entonces pensaremos que ese «de repente» no ha sido suficiente.
Oye papá, «La Casa» me ha recordado algo divertido: cada vez que me pides ayuda para arreglar algo me mosqueo y te mosqueas y nos mosqueamos de que nos mosquee mosquearnos. Supongo que no te ha salido un hijo manitas. “¡Sácate las manos de los bolsillos y agarra la escalera, hostias!”, siempre me dices lo mismo. Arqueo las cejas y la agarro a regañadientes, ¿por qué tienes que hablarme así? ¿Qué culpa tengo yo de ser un desastre, o de haber salido a madre? Pero va, la sujeto, que si te caes me voy a sentir muy mal. Y ya de paso me quedo el recuerdo para mí.
Por cierto papá, sé que te he ayudado poco en el huerto del chalet de los abuelos. Si te confieso la verdad, ayudé más al abuelo que a ti, pero es que el abuelo era menos duro que tú si cometía un error. Y cometía muchos errores. Un montón. Pero hubo un día que estuviste orgulloso de mí, tú no lo recuerdas pero yo sí. Juntos, arrancamos raíces y malas hierbas de la verja de la parte de atrás. Luego podamos los rosales, y ya nos alcanzó la noche. Me puse hasta las cejas de arena, tú también, y eso de estar juntos llenos de arena hasta las cejas está bien. Está bien porque ese recuerdo ahí está, estará.
Escucha papá, ¿te acuerdas de cuando estábamos en la playa? Yo no veía nada porque de niño ya era un cegato de tres pares de narices, pero siempre que me llevabas hasta el agua para evitar que me perdiese, aprovechabas y me metías la cabeza en el agua, me sacabas, me volvías a meter, y mientras yo casi me ahogaba tú te partías el culo cada vez que hinchaba los pulmones para sumergirme de nuevo. En ese momento pensé, “será cabrón, el viejo este”, pero ahora pienso diferente, porque esa imagen nunca me abandonó, ni lo hará, te lo aseguro.
Papá… yo sé que no esperabas tener un hijo tan sensiblón, que le gustase escribir estas mierdas, que odiase el deporte, que no supiese clavar un clavo sin clavarse el dedo al tablón también, que un corte de cuchillo le revocase a una muerte horrible por desangrado. Ya lo sé. Pero te voy a decir una cosa, porque Paco Roca me ha dicho que si no lo hago, me arrepentiré:
Estoy orgulloso de ti Papá. No me gusta la empresa familiar, es cierto. ¡Lo he intentado, por ti! ¡Te lo juro! Pero no sabes lo orgulloso que me siento. Me sé tu trayectoria de memoria y se me llena la boca, cuando recuerdo a alguien que fuiste muchos años consecutivos vendedor del año. Eres un crack, un monstruo, un fuera de serie. Yo… bueno, yo soy esto que ves, un falso escritor, un falso investigador, un falso aficionado al cómic. Pero soy un verdadero admirador tuyo.
Papá, lo que Paco Roca dice con «La Casa», es que el tiempo lo cambia todo, absolutamente todo. Los malos recuerdos se convierten en tesoros. Llegará un momento en el que sujetar una escalera sea un lujo que ni todo el dinero podría pagar; Una aguadilla será la mejor sensación del mundo; Podar un rosal, el acabose. Mi padre será un héroe. Lo que dice Paco Roca es que el tiempo lo cambia todo, insisto, y eso incluye la perspectiva de las cosas, y como las perspectivas lo cambian todo, pues todo va a mutar.
La Casa es la prueba definitiva del poder del lenguaje del cómic, una obra tan personal como universal, un cómic que se disfraza de novela, o más bien, que es novela. Total, da igual, porque en este caso cómic y novela, lo mismo es. Al adentrarse en los jardines descuidados, te verás sentado en el tronco cortado que un día fue almendro, cogiendo almendras crudas, que tan buenas están, y refugiándote en ese silencio que solo el campo te da. Ese silencio que Paco Roca da, dará a cada uno algo distinto. A mí me ha dicho que el tiempo no son segundos, minutos, horas, días, semanas, meses ni años, sino un “de repente”.
Y aunque la muralla que nos separa, papá, sea alta, la puerta para pasarla es visible, y ya la hemos construido. Bueno, la has construido tú mientras yo te sujetaba las herramientas y me agobiaba cuando me decías “pásame la carraca”, pero yo no sabía (ni de cerca) lo que era una carraca. Además, el amor es incondicional, ya lo sabes, y yo siempre te voy a querer. Tanto o más como el que más.
No os perdáis «La Casa» (Astiberri), del gran Paco Roca.
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