Corría el año 2005 cuando se produjo el renacer de uno de los justicieros insignia de la DC, Batman, que se encontraba de capa caída tras pasar por las manos de un Joel Schumacher que hundió y ridiculizo al personaje hasta límites insospechados. En 2005 se estrenó Batman Begins, donde por primera vez se nos contaba el origen del personaje con un respeto y una sobriedad inusitada, con una atmósfera oscura y turbia que solo sería un adelanto de lo que nos esperaría en esa obra maestra del cine negro que es El Caballero Oscuro.
¿Por qué os hablo de Batman si el artículo es sobre la serie de Daredevil? Porque entre la película de Nolan y la serie de Netflix existen muchos puntos en común. En primer lugar esta última venía precedida, igualmente, por una “mediocre” (siendo generosos) adaptación del personaje en el cine. Si, muchos de nosotros seguimos acudiendo a psicólogos para intentar borrar de nuestra mente el Daredevil de Ben Affleck; y si, muchos de nosotros pedíamos a gritos una película de Elektra en solitario, era totalmente imprescindible. En segundo lugar la serie de Daredevil utiliza muchas de las claves visuales, argumentales y de construcción de personajes de la película de Nolan.
La atmósfera, estética y argumento de la serie es más deudora de la competencia que de la propia Marvel, que suele apostar por productos más luminosos y en clave de cine de evasión y aventuras puro. Esto es un thriller con aire de cine negro que trata temas como el tráfico de drogas y personas o la corrupción inmobiliaria, en un relato que por momentos recuerda a la magistral The Wire. Temas controvertidos que son explotados al tratarse de una serie de Netflix y no de una cadena generalista, y que además son explotados de manera magistral por Drew Goddard y Steven S. DeKnight, los principales nombres detrás de un proyecto en el que se encuentran numerosos nombres salidos de la factoría Whedon. El primero se encarga de los libretos de algunos de los capítulos, marcando una línea a seguir basada en unos diálogos con una gran profundidad y carga filosófica, además de establecer unos debates morales sobre el bien y el mal, la crueldad, miseria y ambición del ser humano o la justificación de las acciones del héroe o del villano, sin dejar de lado una trama atrayente donde se mezcla el crimen, las mafias, la política o la traición bajo el paisaje de un Hell’s Kitchen que debe arder para renacer de sus cenizas. En el caso de Steven S. DeKnight vemos su impronta sobre todo en las escenas de acción, perfectamente coreografiadas y de una belleza macabra, resultando secas, duras y realistas, donde el dolor de cada golpe que recibe el héroe traspasa la pantalla. Matrícula de honor para DeKnight que deja de lado esas escenas de acción de Spartacus con estética pornográfica y a cámara lenta para refinarse y poder ver en una de sus producciones una maravilla como ese plano secuencia del segundo capítulo que a más de uno le recordó a Oldboy.
Pero el apartado que verdaderamente hace diferente a esta serie es la construcción de personajes. Todos, sin excepción, nos importan. Incluso el personaje más secundario tiene un desarrollo de su personalidad, de sus motivaciones, miedos o aspiraciones; y este es uno de los motivos de la genialidad de la serie. Destacar el trabajo de Charlie Cox como Matt Murdock, más humano y reflexivo que nunca, pero sobre todo el de Vincent D’Onofrio como Wilson Fisk, que construye uno de los mejores villanos del cómic gracias a la profundidad y desarrollo que se le otorga a su personaje, que puede pasar de ser un auténtico monstruo, resultando contundente, fuerte y rudo, a mostrar su lado más sentimental y frágil, cimentado sobre su traumática infancia (magistral el capítulo que se centra en ella y en su personaje), cuando hacen daño a sus seres queridos. Imprescindible ver la serie en VO, solo por escuchar la imponente voz de D’Onofrio. Tanto Karen Page como Foggy Nelson no caen en los estereotipos trillados de siempre, ella es una mujer fuerte, luchadora y que no se amedrenta ante nada mientras que él no se limita únicamente a ser el contrapunto cómico del protagonista.
En definitiva, perfectamente integrada dentro del Universo Cinematográfico de Marvel, donde Daredevil, un héroe más mundano, se encarga de defender su barrio de mafias, corrupción y asesinatos, minucias para aquellos que tienen que enfrentarse a invasiones alienígenas. Una serie adulta, visual y argumentalmente potente, con personalidad, épica y mucha acción, al nivel de entretenimiento del resto de productos Marvel pero sin tanta pirotecnia y con un ritmo más pausado, que no lento, que hace que empaticemos y conozcamos más a los personajes. Una película de 11 horas que se convierte por méritos propios en la serie del año, porque Daredevil es, indudablemente, GRAN CINE.
Siguiente paso, Jessica Jones.
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