Antes de nada tengo que decir que voy a hacer breves alusiones en cuanto al apartado musical se refiere. No soy periodista, ni crítico musical, seguramente no entiendo una mierda de música –a mi me gusta Incubus, Björk, (Hed)p.e, y esas mierdas–, pero si estás esperando leer frases como ‘fulanito sorprendió con gamas sónicauroboreales ’ o ‘menganita nos alumbró con su voz meliflua’ creo que deberías dejar de leer. Estoy convencido de que has leído ese tipo de publicaciones tropecientas veces. La única intención de esta crónica es que puedas hacerte una remota idea de cómo podría ser tu Sonorama el año que viene, especialmente si lo pasas conmigo que soy jodidamente mágico y especial –o no–.
Miércoles:
16:00 hora zulú. Después de comer con Rafa en mi casa y raptar en Juan de Borbón a Belén, partimos a Madrid sin remordimiento a recoger a una tal Alba de un BlaBlaCar que monté con bastante retraso, y tras hora y media de conversaciones súper trascendentales y averiguar que los grupos favoritos de nuestra nueva blablamiga eran Pink Floyd, Led Zepellin y el rock psicodélico en general, llegamos a la maravillosa Aranda de Duero.
Lo primero es lo primero, tocaba alojarnos en un apartamento situado frente a la plaza de toros y conocer al hombre que cambiaría nuestras vidas, nuestro casero Alberto. Este hombre gordete al que costaba entenderle –manda cojones que diga eso alguien de Murcia–, era una especie de Philip Seymour Hoffman –vivo– en Happiness, vamos, que daba mucho asco. Nos sorprendió con sus dos primeras confesiones: que tenía una tómbola y que la última habitación era donde dormía él. Sí, nuestro casero duerme con nosotros, todo muy normal. Después de asumir que en el cuarto de baño había cámaras escondidas y que esa era su principal fuente de ingresos, Belén nos comunicó la organización de los dos apartamentos: en el nuestro Rafa, diez chicas –de las cuáles cuatro no conocíamos y se alojaban en otras dos habitaciones– y yo, y en el otro apartamento el resto de la cuadrilla compuesta por muchas personas maravillosas. ¡Ah! Y Belén, que nos la robaron al segundo día. En fín, que la organización fue un asco. ¡Vamos! ¡Será posible! Rafa y yo en un apartamento con diez chicas. Indignación pura y dura.
Después de ver tres veces seguidas una peli de Sandra Bulock y Hugh Grant para reponer fuerzas, decidimos ir en coche al recinto y acreditarnos. Una vez teníamos los pases rodeando nuestros cuellos, acabamos en Gambrinus probando la primera morcilla de Burgos de muchas y empezando lo que sería un río constante de cerveza durante cuatro días. Finalizada la cena, nos acercamos al camping a ver que se cocía y poder ver a mi nuevo grupo favorito para cuando quiera suicidarme: Aerolíneas Federales, grupo compuesto por Presumido –un chico que vi en la Sala Musik con un tres cuartos de cuero negro rollo Neo y que tocaba todos los instrumentos–, dos chicas y un hombre con el pelo blanco que se parecía al viejuno de Agárralo como puedas. Superado el susto, se acercó un hombre a decirnos que el grupo sorpresa que iba a tocar era Correos. Gracias por la sorpresa amigo. Momento de irnos y descansar.
Jueves:
Rafa se piró a hacer de pipatak y probar sonido bien tempranico, y Belén y yo dormimos como perras. Nos unimos en la plaza del trigo al séquitoatak a eso de las 12 y poco para desayunar en un bar. Zumo, cerveza y otra morcilla. La dieta del fofisano. Primer descubrimiento del día: un chino con litros a 2,40€ justo detrás del escenario de la plaza. Es bien.
Casi acabando el concierto de Los Nastys y con la plaza a reventar, decidí que para qué coño iba a subirme al escenario con mi súper pase de prensa, mi no carrera de periodismo y mi pedazo de cámara de fotos Nikon120912781 –o cómo yo la llamo: iPhone 4S–, si podía colocarme en primera fila para ver a Nunatak, cosa de la que sinceramente tenía bastantes ganas. Utilizando a Belén como escudo –ya que es pequeñita y nadie se mete con una chica pequeñita de estatura pero grande de corazón– nos pusimos los primeros. Con Nunatak casi a punto de empezar, conocí al segundo hombre que cambiaría nuestras vidas: Dionisio. Nombre obviamente inventado, este caballero de unos 50 y tantos que iba más ciego que un topo, lo tuve hombro con hombro soltando frases como: ‘la música es la conexión’, ‘los viejos rockeros nunca van a morir’, y joder, mi preferida y la que le contaré a los diez hijos violinistas que algún día pienso tener, ‘Jamaica, Jamaica’. Sí, Jamaica, no sé por qué decía Jamaica pero ¿ha hecho alguien eso alguna vez en la primera fila de un concierto de la plaza del trigo?, no. Jodeos si pensáis que sois originales. El concierto empezó y la verdad es que fue la hostia. Con temas como ‘Volverá a nevar’ o «Soy viento, soy fuego» la gente se entregó una barbaridad. Por si esto no fuera poco, el último tema no fue ni más ni menos que una versión de ‘Mi gran noche’ de Raphael. Soltaron globicos, confeti, en resumen, el público se lo pasó genial y qué hay más grande que eso.
Finalizado el concierto y con el listón rozando los globos de colores que lanzaron al aire, porque realmente lo habían dejado por las nubes, tocaba el momento de Analogic. Escuché que lo hicieron muy bien, es todo lo que puedo decir. Respect y West Coast para mis paisanos murcianos, pero tenía hambre. Tras comer en un sitio del que inevitablemente ya no consigo recordar, me crucé así, sin prepararme ni nada, con mi Maldito Limbo Emocional y su nuevo novio. Muy educado yo, me presenté, lloré por dentro, abracé a amigos y allegados y convencí a Belén y a Rafa a entrar a la iglesia para pedirle consejo a dios en este momento tan crucial y delicado. Vale, no sé exactamente si fue así, lo que sí es verdad es que pagamos un euro cada uno para entrar a la church. ¿Por qué no? Echamos fotos comprometedoras que podrían haber causado nuestra crucifixión siglos atrás y una paliza en Rhode Island actualmente. Después de este momentazo tan divino, entramos al Café Central a seguir bebiendo y empezar a mover el cuerpo entre temazos de Alaska y el ‘Love me to’ de The Beatles con Steve Aoki. Sí, has leído bien.
Para no empezar metiéndonos fuego a velocidad extrema, decidimos volver al apartamento y descansar un rato. Una vez despiertos y antes de ducharme, se interpuso entre mi toalla y yo el colchón de Belén, el cual provocó que al pisarlo me abriera la cabeza con una puta lámpara de araña con picos que parecían cuchillos. Caí sobre Rafa y su colchón, se partió la caja, yo me quejaba, y cuando fui a echar mano a mi preciada cabeza, sí, sangraba como un cochino. ‘No es nada, no es nada’ decía él, ‘llevadme a urgencias me cago en la puta’ decía yo. Al final no me llevaron a ningún sitio. Me duché entre sangre no sin que antes apareciera el casero para reírse de mí, y las nuevas cuatro chicas desconocidas que llegaban con sus maletas para verme en el pasillo, sin camiseta y con la cara y el pecho sangrando. True Blood.
Una vez llegados al recinto en el autobús que salía desde el pueblo fuimos directos a ver a la que siempre dije que iba a ser la madre de mis hijos: Leonor Watling y su grupo Marlango. Escuchando algunos temas en español y rezando por dentro de que tocara algún tema del ‘The electrical morning’ –disco que se me de cabo a rabo– sucumbí a la presión de la manada y me arrastraron a ver a Tulsa. Cosa que posteriormente agradecí ya que fue un concierto tremendamente agradable.
Con la ciudad de Oklahoma a punto de acabar, me llamó mi padre para comprobar si le había echado de comer al perro antes de irme y claro, el karma –que no ha sido lo bastante cabrón conmigo hasta el momento– decidió que volviera a pasar por delante de mis narices otra vez mi Maldito Limbo Emocional –esta vez sin novio– lo que aproveché para poner el puño en el aire y cuando ella los chocó decir por lo bajini ‘tú y yo podríamos haber sido felices’, ella no me oyó, yo me reí y salí echando hostias por si acaso.
Tras pasar por la zona vip y comprobar que tenía copas a 3€ y cerveza a 1€, divisamos allá a lo lejos a Australian Blonde, concierto que tenía ganas de ver pero que la cola de la barra no me dejó asistir. Reunidos de nuevo con la manada tocaba ver ¡Morente Vive! Homenaje a Enrique Morente. Yo tenía mis dudas, porque ese estilo musical me recuerda a las fiestas de Alcantarilla y solo me faltaba después ir a alguna feria para que me sacaran una navaja. Pero para no quedar mal abiertamente y en sociedad y viendo la devoción de algunos amigos, decidí callarme la boca. Al fin y al cabo no tengo ni puta idea de flamenco.
Una vez acabado el concierto decidí colarme en la barra libre de la zona de artistas con trucos y métodos que me enseñó un vecino de 86 años sin una pierna que tuve en mi infancia y que nunca desvelaré. Justo antes de entrar y hablando con Rafa y una tercera persona que no recuerdo, pasó rápidamente Leonor Watling. No sé si me excité o si realmente llegué a reaccionar, solo recuerdo decir en alto: ‘¿qué tiene Jorge Drexler que no tenga yo?‘ –vale, igual no lo dije, pero seguro que lo pensé–. Una vez dentro fui directo a la barra. Pedí un tapón de Jäger, una cerveza con Jäger, una copa con Jäger y un Jäger con Jäger. Tras hidratarme, me crucé con mucha gente. Mi gran ex jefa de Stereo Murcia me presentó a su novio Marc de la Habitación Roja –grupo que entre lagunas posteriores recuerdo escuchar algún tema y me gustan–. También nos echamos alguna foto en plan grupie con Mikel de Izal –sí, a mí me gusta, no sé cuántas veces voy a tener que justificarme, haters–, y estuvimos hablando un ratillo con Quequé sobre los carteles de The Hole que retiraron por contenido pornográfico los indignados del ayuntamiento de Cartagena. Antes de irme de la zona de artisteo decidí ver los baños de mármol y pegar una pegatina C’mon Murcia en plan: ‘Bart was here’. La mandé por whatsapp al grupo y a Sergio le hizo mucha gracia imaginarse a Zahara meando mirando la publicidad del blog. Obviamente Sergio, Zahara va al aseo de las chicas y mea sentada. A la próxima vez envías a una mujer, que tenemos bastantes, y bien guapas.
Más o menos hasta ahí fue la noche del jueves, ya que no recuerdo nada entre todo esto –2:00– y que me echaran de la zona de electrónica escuchando a Vincent Valera mientras sonaba un tema de Nirvana –7:00–. Me abrí un bloc de notas para ir anotando cosillas. La última frase del jueves es: ‘Anuncio guapi, tío guay saltando, resquicio, azotea’. Invito a que lo descifréis.
Viernes:
Con la pasta de dientes que sabía a Jäger y con una hostia en la cabeza considerable, Rafa y yo fuimos invitados a una barbacoa en casa de los Nunatak. Cuando digo casa me refiero a un pedazo de chalet a unos 18 kilómetros del pueblo con gimnasio, piscina y sitio para Nunatak, Mayumaná, Kakkamaddafakka con los tíos esos de fondo que bailan raro, más la familia de mi madre con sus seis hermanos. Vamos, que no se cuida mal esa cuadrilla. Llegar llegar, lo que se dice llegar de primeras no llegamos. Adrián mandó una ubicación en la que aseguraba que se llegaba bien, y cuando la señorita del GPS con voz de loquendo dijo: ‘su destino está a la derecha’, paramos el coche y presenciamos lo que comúnmente llamamos: un puto trigal. Sí, la típica carreterilla rodeada de trigales en plan Señales de Mel Gibson, en plan Looper de Willis y Gordon-Levitt, en plan Interstellar de McConaughey, –sí, soy una Wikipedia de trigales–. El tema es que llegamos al destino y nada, ahí estaba yo, con mi cara de mortimer sentado en una mesa con diez personas por lo menos y sin conocer a nadie. Rafa muy tranquilo en su salsa césar extrovertida y yo ahí callado como un puto intentando integrarme. Y sí, fue muy fácil, porque la verdad es que Arnelio –al que he llamado todo el festival Olegario–, Gonzalo, Pablo, Sofía, Adrián, más nombres que no recuerdo, respectivas parejas, amigos, etc, son gente súper agradable y de verdad que se agradece la invitación y la experiencia.
Ya en el recinto y tras hidratarme, nos colocamos algo lejos para presenciar a Jero Romero. Allí me enteré de que resulta que con el pase de prensa tengo acceso durante las tres primeras canciones al foso, por lo que dije: ‘coño, pues allá que voy’. Casi a punto de empezar Calexico, entré al foso donde se agolpaban como diez fotógrafos, con cámaras con unos objetivos que me recordaban al que usaba Bruce Willis en Chacal para acertar a una sandía a dos kilómetros de distancia para después arrancarle el brazo a Jack Black –toma spoiler te has comido–. Bueno, el tema es que me hice paso con mi agilidad característica del fútbol sala, volleyball y natación sincronizada y me puse básicamente delante de todos ellos para sacar mi móvil del bolsillo y echar dos fotos. ¡Ole mi pija! Alguno se quedó loco y mi vergüenza y yo nos largamos a ver lo que sería el mejor concierto del Sonorama 2015. Exacto, fue una barbaridad de directo: público con la boca abierta, buen rollismo puro, bailes, Depedro sacándose básicamente la polla con la guitarra cada vez que tocaba y dejando a todo el mundo loco, el trompetista –que me recordaba al jardinero mejicano de Mujeres Desesperadas– tocaba para fliparlo, después cantaba, el otro que tocaba el piano también tocaba la trompeta. En fin, una puta locura.
Una vez finalizado Calexico ya sabíamos de antemano que todo lo que viniera posteriormente sabría a poco, y exacto. Supersubmarina en su línea, ¿quién no los ha visto 40 veces en lo que llevamos de año? El chaval se ha quitado la barba y está claro que costaba subir el nivel de lo que había sonado hacía unos minutos. No obstante, tocaron todos sus hits y había más gente que en la guerra, y el público se entregó con los de Jaén.
Después de esto ya se nos volvió a ir de las manos. Empezaron a volar rondas de Jäger mientras sonaba Grupo de Expertos Solynieve de fondo. Nos cruzamos con un chico que nos conocía de vista y decía que se pensaba que Rafa y yo éramos pareja. No sé si él o yo o la bebida del ciervo, pero tuvimos una conversación extensa sobre que nosotros éramos extremadamente coñeros. No hace falta explicar esa palabra. ¡Hola mamá!. Seguimos dándole a los líquidos y aproveché el momento para enseñarle a Alberto y a Chelo una ilustración que hice hace un mes. Tenía miedo porque Chelo impone, y enseñarle un dibujo donde aparece Alberto y un violonchelo igual gusta, igual se piensa que soy retrasado. El caso es que hubo mucho amor, muchos abrazos y sentí emoción. Lo que fue muy Anny B Sweet. Sin Anny y sin B.
El resto de la noche adiós muy buenas. Solo sé que se unió a la pareja no gay un tercer componente –este sí gay– llamado anónimamente y como él me ha pedido: Don Comodoro. Nos pusimos hasta el ojal, nos reímos a más no poder y tengo pequeños flashes de los que me cuesta acordarme. Beberme una cerveza que encontré en el baño y tener la típica conversación de: ‘¿pero quién cojones se va a dejar un mini de cerveza casi entero, lleno de droga?, y si es así: ¿qué?. Y algún flash más de la zona de electrónica bailando muy crazy, con la camisa abierta, tocándonos los pezones, hasta el momento en el que Don Comodoro nos abandonó para irse al camping con lo que él llamó ‘un esquiador’. Se nos volvieron a hacer las 07:00 y ya solo quedan los recuerdos en mi móvil de dos fotos: un selfie con dos chicos que dormían en su coche, y una foto en un banco con un tapacubos Seat y cara de muertos vivientes.
Sábado:
Amanecí queriendo morirme, literalmente. Rafa me arrastró básicamente hacia la plaza del trigo para ver uno de los conciertos más deseados del festival: Rufus T. Firefly. Llegamos unos diez minutos antes de que empezaran lo que fue un error, ya que no cabía un alma, ya no en la plaza sino en las calles colinfarrel y colindantes. Conseguimos unirnos a Adrián y Gonzalo de Nunatak y sus respectivas señoras que me daban cacahuetes cual monkey porque me veían hecho un solar, y vimos el concierto desde la parte de atrás del escenario. Lo escuchamos vamos. Sonaron temazos como ‘El problemático Winston Smith’ y se escuchó la frase ‘Si al final moriremos igual, yo prefiero morir en la Plaza del Trigo’. Momentazo que volvió loco al personal. Una pena no haberlos podido ver desde una mejor posición, ya los he visto en directo un par de veces y me flipan, y sonaron cojonudamente bien y tuvieron unas críticas impresionantes de los que sí pudieron verlo desde la plaza. Volví a subirme al escenario con mi botellín de agua y me dejaron tres segundos y medio para echar una foto –psss, móvil, filtro de Instagram y níquel–. Una vez finalizado el concierto decidimos quedarnos un ratillo más hasta que empezaran lo que iba a ser un revoltijo de artistas cantando canciones de otros. Salía Pucho de Vetusta Morla de la puerta trasera donde estábamos al escenario, Xoel López, Zahara, Marc de Sidonie, Ángel Stanich, entre otros. Aguantamos algunos temas solo escuchándolos y decidimos largarnos. Fue curiosa la huida ya que mientras en el escenario sonaba Xoel López, lo teníamos delante nuestra por una calle andando muy rápido hacia donde quiera que fuera.
Tocaba recomponerse esta vez con sólidos y llegamos a la mesa que teníamos reservada para 17 personas en Casa Florencio. El menú fue un lechazo impresionante de esos diferentes a los que le dan a Sasha Grey, croquetas, morcilla de Burgos para morirte en ese instante y que te importen tres capullos los fracasos anteriores de tu vida, y agua, mucha agua para un servidor, cerveza y vino. En la mesa estaba la manada completa –y esta vez sí digo nombres para recordárselo en un futuro a mis retoños–: Alberto, Jess, Rafa, Belén, Chelo, Marian, Blanca, Karen, Rosa, Julián, Carolina, Mariajo y dos parejas que no consigo recordar sus nombres. Voló el vino y empezamos a cantar cumpleaños feliz a Alberto –que en realidad es en Mayo– se vino arriba. Literalmente, se vino arriba y se subió a la mesa. Cánticos de ‘a él le quiero y a ti te he olvidado’, tarta de 40 años para Marian –que es mentira, ya que tiene 39–, declaración de que se casaban Jess y Rafa y sus posteriores ‘¡que se besen, que se besen!’ y si, se besaron. En fin, mucho amor, muchas risas, mucho muchacho.
Tocaba moverse y antes de ir al recinto nos dimos una vuelta por algunos bares hasta llegar a parar a la Traviesa. Allí seguimos de cubateo mientras sonaba ‘Kids’ de MGMT o ‘Loser’ de Beck, entre otros. Nos largamos prontito Rafa y yo para ver el acústico que daba Paco Neuman a las 21:00 en la carpa por motivo de Leaozinho –iniciativa para recaudar dinero para las favelas–. Sonaron temas como ‘Hell’ o ‘Turn it’ y como siempre, perfecto.
Al rato empezó Xoel López. Armado con su guitarra, un par de pedales, unas alpargatas de las que tenía mi abuelo en el 92 y un micro para hacer una movida rara con segundas voces, el cuerpo triste de Xoel se marcó un señor directo, bastante bastante mejor que el del SOS 4.8 de este mismo año. Sonaron temas como ‘Tierra’, ‘Yo solo quería que me llevaras a bailar’, ‘Reconstrucción’, entre otros. La peña muy entregada. Tuve la suerte también de disfrutar algunos tramos de este concierto con Arnelio-Olegario y señora, y también con un crack que conocí el día anterior llamado Ramón Gómez de The Claim, y uno de los creadores de la revista digital Magma y señora. No sé cómo saltó el tema pero Ramón me dijo: ‘¿tú eres iamthefaier? Te sigo en Instagram’ y nada, me emocioné un huevo sin que se notara y me fui cinco minutos a llorar solo –porque soy un tío sensible y a mi estas cosicas me hacen ilusión mil–.
Tras Xoel, nos fuimos a la carpa donde pusieron los típicos temas que decís que son muy mainstream pero que bailamos como perras del infierno que somos. The Strokes, Frank Ferdinand, The Killers, etc. Seguimos en la zona vip donde se volvió a unir Don Comodoro a darnos detalles de su etapa de montaña en la nieve. Rafa propuso que nos echáramos una foto agarrados de la mano, que quedó tan Brokeback Mountain que se arrepintió y nos suplicó para que no se subieran a las redes sociales –curioso, cuando él mismo subió una en la iglesia básicamente igual–. Y bueno, básicamente tras pegarnos la fiesta padre en el concierto de Vetusta Morla, escuchar los temazos de Neuman, cantar el ‘Turn it’ y su ‘lololo’ correspondiente a grito pelao y volver a cerrar la zona de electrónica, tocaba tristemente, acabar el Sonorama 2015.
¡Pero esto no es todo! Tampoco has leído tanto. Tengo vagos recuerdos de cómo llegamos a casa. Vimos a la compañera #1 de la que no diré su nombre por si me asesina con un chico con sudadera Puma roja –sí, la misma que usabas cuando tenías 19 añicos–, nos acercamos para cachondearnos y ya de paso comprobar si iban a follar y sobre todo y lo más importante, si su ligue tenía coche. Y no, no tenía. Así que dejamos de molestarles. Cien metros más adelante, divisé en el otro lado de la calle a una chica abriendo su coche y decidí abordarla galantemente, la chica nos acercó al pueblo y no quería dejar de mencionarla para darle las gracias. Una vez llegados al apartamento, en el portal, estaba la compañera #2 muy pegada a un caballero, debatiendo sobre si la segunda temporada de True Detective es mejor que la primera –vale, igual no hablaban de eso–. El caso es que les dije que se consiguieran una habitación, o que si el tío no tenía coche. El hombre se rió y dijo que no, le dije: ‘cómprate uno hijo puta’ con voz amigable y no agresiva antes de subirme al apartamento. Bueno, Rafa casi muere de un infarto. A los cinco minutos sonó el telefonillo y dije: ‘¿Sí?’. Ella dijo: ‘abre’. Yo dije: ‘¿Quién eres?’. Ella dijo: ‘Yo’. Yo dije: ‘¿Pero se ha comprado ya el coche?’ Y abrí.
Una vez tirados en la cama de matrimonio en vaqueros y sin camiseta y descojonándonos la polla por la tontería del telefonillo, oímos la puerta y nos hicimos los dormidos –aún no sé bien por qué–. Nuestro casero Alberto, después de oírnos partirnos el culo, se asomó y dijo: ‘¿Os cierro la puerta?’. Mi contestación fue: ‘Sí, gracias Andrés, hasta mañana Alfredo’. Después de reírnos durante media hora más, ahora sí que dimos por finalizado el Sonorama 2015.
Mucho ánimo María.
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