Si eres uno de los que ahora mismo se está preguntando: “¿Es que ‘El Club de la Lucha’ tiene una secuela?”, enhorabuena. Si no, reconozco que llego tarde. Vale, pero tenía un miedo que a día de hoy considero más que justificado. Cuando me enteré de que iba a ver una segunda parte de la magnífica ‘El Club de la Lucha’ escrita por el propio Palahniuk al principio me sorprendí. “¿No son esa la clase de cosas a las que uno accede como escritor cuando está en la mismísima mierda? ¿Está Chuck en la mierda?”
Bueno, sí y no. Aunque no estamos aquí para discutir eso. Hablemos de la inmersión de Palahniuk en la novela gráfica. Cogí el ejemplar, mientras me repetía una y otra vez que era la primera vez que escribía en este formato. Que no me esperase demasiado. Desde luego nada mínimamente a la altura de la primera. De hecho, pese al final abierto de la misma, no entendía qué cojones nos podría querer decir con una segunda parte.
Era una novela de la que jamás hubiese esperado ni segunda parte ni precuela. No parecía explotable esa franquicia. La historia era redonda en sí. Punto y final. Así que abro el tocho de 258 páginas con cara de «¿Se cree Alan Moore este tío o qué?» y sin tener ni idea de qué va a ocurrir. No he leído ni críticas ni resúmenes ni reseñas. Me dispongo a volver a ser poseído por el nihilista, violento y anarco primitivo discurso del ídolo de masas Tyler Durden. Lo primero que me choca es que hayan pasado diez años entre una historia y otra. No le veo mucho sentido.
Pero entremos en materia. El ritmo es realmente mareante. Una sucesión de viñetas escupidas por una ametralladora que no te da tiempo de asimilar, en las que tampoco conviene recrearse y que literalmente te asfixian en algún momento de la lectura. Debo reconocer que la leí del tirón, sí, pero no creo que fuese el problema. El ritmo me recordó mucho a esa escena de la película en la que Jack persigue a su alter ego de aquí para allá, durmiendo y despertando entre vuelos y aeropuertos. Un ritmo frenético de corte, corte, corte que funciona genial en el cine…para una escena. O incluso en el mundo del cómic, ¿por qué no? Para una escena, insisto. La escena más larga que incluye esta novela gráfica en cuestión pueden fácilmente ser (reconozco que no las he contado) unas diez viñetas.
Así no se usa este formato Palahniuk. En este caso leérmelo del tirón fue más un ejercicio de alivio que de auténtica absorción o de placer. Me lo leí de una sentada para poder decir: «Por fin», y pasar a otra cosa. No me ha gustado nada. Ni el supuesto humor cínico sin gracia, ni las meta-referencias a la película que hacen los personajes, ni el concepto de Tyler como un virus conceptual que acecha al nuevo «Sebastian» (¿qué puta mierda de nombre es ese?) desde tiempos inmemoriales…nada. Es un batiburrillo sin mucho sentido que acaba culminando en uno de los peores finales de la historia. El personaje que ha salido fuera del control de su creador y no sólo no se deja matar si no que trasciende al escritor y lo mata. Bum. Cómo te quedas. Algo totalmente nuev…buagh.
Insulso, con un ritmo demasiado frenético, una historia muy muy floja, unos diálogos más que pobres, un dibujo demasiado colorido, ideas sin demasiado fundamento que acaban cayendo por sí solas para diluirse en que la sorpresa final es que todo es un ejercicio de metaliteratura…no me lo trago. Lo siento, pero no.
No recomiendo su lectura.
De verdad, incluso aunque seas muy fan del primero y tengas curiosidad de saber qué ocurre. Olvídalo. No merece la pena. No es una mala secuela de las de «voy a fingir que no ha ocurrido, pero bueno, había que leerlo». No. Es malo a secas.
A Palahniuk el formato se le queda grande.
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