Con H. P. Lovecraft sobran presentaciones y faltan adjetivos. Escritor ocupacional y soñador diurno, en su corta y fructífera vida tuvo tiempo suficiente de cultivar relatos de horror cósmico y modelar las pesadillas de sus lectores, ambientadas en universos de ficción desasosegantes, oníricos y opresivos. Para el escritor estadounidense, la emoción más antigua y más fuerte de la humanidad es el miedo, y el miedo más antiguo y más fuerte es el miedo a lo desconocido. No es difícil atisbar los paralelismos entre su narrativa y Alien, la obra maestra de Ridley Scott, pues no hay nada que resulte más desconocido que el xenomorfo surgido de la mente del artista surrealista H. R. Giger, que se inspiró en los seres que pueblan los Mitos de Cthulhu y más concretamente en el libro del árabe Abdul Alhazred, el Necronomicón. El xenomorfo es la materialización de los sueños febriles de Lovecraft: una criatura sensual, aterradora e indefinible en términos de género; un perfecto organismo al que no afecta la conciencia, los remordimientos, ni las fantasías de moralidad, pues no conoce la piedad.
El comienzo del Alien original es puro Lovecraft, la cámara retrata en un sosegado travelling las silenciosas estancias de la Nostromo, habitáculos vacíos de un castillo gótico que será sacudido por la más letal de las tormentas. Al ver el interior de la nave alienígena y el aspecto del cementerio de huevos que encuentran los protagonistas, es imposible no acordarse del relato En las montañas de la locura, en el que unos expedicionarios encuentran en unas galerías subterráneas del Polo Sur unos extraños seres inclasificables (una idea que sería plasmada en esa gamberrada de Paul W. S. Anderson titulada Alien vs. Predator). Siguiendo la máxima de sugerir el terror antes que mostrarlo, con un excelente manejo de los tiempos de la intriga y del suspense y una fuerte influencia del cine del expresionismo alemán, sobre todo en el tratamiento de iluminación con los claroscuros y el uso del fuera de campo (inolvidable el semblante del gato Jonesy, el noveno pasajero), Scott y el guionista Dan O’Bannon hicieron que una generación entera sufriera de claustrofobia y comenzara a mirar al espacio con cierto recelo. Después llegarían más entregas, algunas con más fortuna que otras, como Aliens, la secuela modélica dirigida por James Cameron que, una vez perdido el factor sorpresa, apostó por elevar el espectáculo a la enésima potencia, cimentando las bases del blockbuster moderno y de la reivindicación de la mujer en el cine de acción.
En 2012 Ridley Scott, uno de los padres originales de la criatura, llevó a cabo una precuela de Alien, Prometheus, que prometía dar explicación al origen de los xenomorfos y a toda la mitología esbozada a lo largo de la saga. El público, que esperaba una continuidad argumental y estilística, no conectó con una historia que pretendía ampliar y otorgar complejidad al universo Alien a base de filosofía creacionista. Scott, consciente de que por delante de sus ínfulas creativas se encontraban los intereses de la taquilla, decidió traer de vuelta a los xenomorfos; pero no se engañen, por mucho que se llame Alien: Covenant, nos encontramos ante Prometheus 2. El realizador británico retoma la temática del creacionismo y de los ingenieros, poniendo de nuevo en el centro de la narración a David, el androide interpretado por Michael Fassbender, que lleva a cabo un auténtico tour de forcé interpretativo desdoblándose para encarnar a dos personajes en esta entrega. La figura de David permite volver a incidir en lo que ya planteó David Fincher en la denostada Alien 3: el verdadero monstruo no es el xenomorfo sino el propio ser humano. Aunque se trata de un androide, en el fondo es una invención del ser humano, del que abraza ciertos ideales como la arrogancia y la prepotencia de llegar a compararse con los dioses creadores, una idea que tiene su germen en el magnífico prólogo de la película.
El problema del guion emana de su esmero por construir y dar protagonismo a ambos sintéticos, dejando de lado al resto del reparto de los que apenas nos muestran algunas pinceladas, lo que dificulta conectar con determinados personajes (sabemos que se trata de una misión colonizadora y la tripulación está compuesta por parejas, pero nos enteramos de la existencia de algunas relaciones cerca del final o simplemente son introducidas de manera forzada para darle mayor dramatismo a determinadas muertes). Sirva como ejemplo el tratamiento del personaje de Daniels, el relevo generacional de la teniente Ripley, que goza en el inicio de la película de un fuerte trasfondo emocional que se desvanece con la aparición de David, y que solo vuelve a cobrar protagonismo en el clímax del film. Scott lo tiene claro: el público viene buscando aliens, pero el sintético de Michael Fassbender es la atracción principal del parque. El libreto también peca de abusar de deus ex machina y resoluciones argumentales propias de un slasher; en la primera Alien nos podríamos creer que ciertos personajes tomaran decisiones un tanto absurdas o ilógicas ya que se trataba de un grupo de camioneros espaciales, pero en esta entrega hablamos de soldados entrenados, lo que trasladado a la realidad sirve para abrir un debate acerca de la vida inteligente que enviamos al espacio.
Como ocurre con toda la filmografía de Ridley Scott, Alien: Covenant es una auténtica escuela de cine; un prodigio de planificación, dirección y montaje que podría haber sido mejor si los guionistas John Logan y Dante Harper le hubieran dado algunas puntadas más a un guion que muestra excesivamente sus costuras. Dos secuencias permanecerán inalterables en la memoria del alienófilo: la primera de ellas se trata del nacimiento de los neomorfos, una calculada bomba de suspense que dispara las pulsaciones al ritmo de los momentos más terroríficos y desasosegantes de la saga, apoyándose en un uso magistral del montaje alternado, que alimenta la tensión creciente entre lo que ocurre dentro y fuera de la Covenant; la segunda es la secuencia de la ducha, que capta la esencia del terror de la original y justifica, por si sola, la necesaria calificación R.
Después del circo de Paul W. S. Anderson y la puñalada directa al corazón de la saga llevada a cabo por los hermanos Strause, se vuelve a recuperar parte del ambiente gótico y el horror e inquietud de la primera vez. Scott, entre xenomorfos lovecraftianos y sintéticos creacionistas, vuelve a dignificar la figura del Alien y de paso nos entrega la mejor película desde la de Cameron.
1 Comment
Todo equivocado
El publico manda, y aunque la critica pareciera decir que esta un poco mejor que prometeo, la verdad al publico le enojo, le indigno , esperar tanto para continuar la trama de estos ingenieros y salieron de nuevo estos p.utos bichos para estropearlo todo
Los errores de prometheus fueron magnificados por la critica, pero al publico en general le habia agradado esta idea y estaba preparado para continuar el relato de la busqueda de los creadores y se encontro con esta bazofia, con esta cinta de clase b, con tintes gore
Los Aliens regresaron pero para morir, la taquilla manda y a pocos les gusto una trama que ya tantas veces han visto, la gente no es tonta y queria algo realmente nuevo no este refrito de la pelicula original
Lo siento pero ALIEN HA MUERTO