Lo tengo entre mis manos y me quema un poco. A la mitad del cómic he tenido que soltarlo porque llegaba tarde a clase, pero me ha venido bien, porque creo que no podía tragarme las doscientas cincuenta páginas sin ahogarme con toda esa saliva que aparecía cada vez que pasaba la página.
¿Cómo puede existir en este mundo una pauta tan previsible y a la vez tan sibilina? El maltrato que sufrió Rosalind B.Penfold (que no es su nombre real), es como un monstruo que se acerca poco a poco pero que se lanza hacia ti con una fiereza implacable cuando menos te lo esperas. No es un monstruo tonto, sabe que primero debe desestabilizarte, hacerte débil, pequeña, comestible, y luego lanzar la zarpa y masticarte.
Yo no he podido resistirme a sentarme a su lado en aquel ático para que me hablase directamente de su historia de terror, así que he subido las escaleras de su hogar hasta el último piso y he esperado a que volviese con una caja.
Era una de cartón y en ella podías leer “quemar sin mirar”. Pero Roz, sonriente, me pregunta si quiero mirar. Y debo mirar. La respuesta es un sí rotundo pero un sí tembloroso. Dentro, hay miles de dibujos que, según me cuenta, forman un puzzle, una línea temporal dividida en cinco segmentos que organizamos en el suelo para guiarnos. Una línea temporal de una belleza horrible.
Comienzo: la luna de miel
Todos los pétalos del girasol dicen «me quieren»
Verás Ángel, en este momento conozco a Brian y Brian me promete el mundo entero en poco tiempo. Me lo da. Nunca nadie me había hecho sentir así, tan querida, tan guapa, tan necesaria…
Ella es la mujer más guapa del mundo, eso os lo puedo confirmar, y Brian se lo repite sin parar.
Me abrazaba. Como si el mundo fuese a acabarse y como si eso importase poco. Me llevaba a casa y me convertía en la nueva madre de sus hijos. Me insertaba en su vida con una facilidad pasmosa, como cubriendo un agujero. Eso sí, nunca me presentaba a sus amigos, «era demasiado pronto». Era un hombre caradura, enérgico, descontroladamente feliz, descarado. Todo eso me atraía como un frigorífico a un imán.
Me decía cosas como “Te llevaré de luna de miel cada año hasta que aceptes casarte conmigo” , cosas como “¡Di que serás mía!”. La primera vez que Brian me puso la mano en el cuello, fue en la prometida luna de miel. Brian consideró que estaba tonteando con nuestro acompañante, así que me separó de los invitados, me zarandeó, me llamó guarra y me lanzó contra una pared. Todo el mundo miraba incómodo. Aqulla noche reviví la escena constantemente y no dormí. A mi lado, él dormía plácidamente, como si nada de eso tuviese una importancia real. Por eso, a la mañana siguiente, Brian fingía que nada había ocurrido. Su actuación poseía tal veracidad, que acabé por pensar que todo aquello solo había sido un sueño. No, me obligué a pensar que debía serlo.
¿Sabéis que es lo más curioso? Que Roz nunca fue del tipo de mujer que necesitase sentirse tan querida, tan guapa y tan necesaria… para otra persona que no fuese Roz.
Tal vez ese fuese el problema de Brian.
Confusión: Jekill y Hide
Un pétalo del girasol decía «me quiere», el siguiente, «me odia»
Llegados a este punto, no tenía muy claro si Brian me quería o me odiaba. Me insultaba, sutilmente al principio, directamente después. Me ordenaba constantemente, convirtiéndome en una esclava de su hogar. Me separaba de mis deberes como empresaria. Un hombre que me había prometido literalmente llevarme a las estrellas, ahora me decía que me olía mal el coño. Ante esa tesitura, ¿sabes cuáles fueron mis reflexiones?
“¿Cuándo aprenderé a no meter la pata?”
“Si pudiera ser más comprensiva…”
¿En qué me he equivocado?
Tal vez las cosas mejoren
Me pidió perdón…
La gente no nace mala, ¿Verdad?
Yo no veía cómo podía Brian cambiar tan abruptamente. Cómo podía pasar de ser un cielo a ser un demonio. Debía ser un bache, una cuestión de tiempo, un paréntesis breve en ese amor tan intenso.
Pero Roz, como podréis imaginar, estaba muy equivocada.
Dolor, resistir
Si me esfuerzo más, puede que algún pétalo del girasol diga «me quiere»
Las mujeres danzaban a mi alrededor. A Brian solo le faltaba acostarse con ellas en mis narices y te juro que, ni aun así, estaba dispuesta a aceptar la realidad.
Es curioso que Brian viese como una amenaza a cualquier chico y Roz nunca fuese capaz de engañar a Brian. Es curioso que Roz no fuese capaz de ver cómo Brian la engañaba constantemente y sin ningún pudor. Pero no lo vio porque Roz no quería ver, simplemente porque ver era demasiado doloroso, demasiado vergonzante.
La salida: soltar
Al girasol ya no le quedan pétalos que digan nada.
Usaba de excusa cualquier cosa. Que los niños me necesitaban, que no podía vivir sin mí, que jamás volvería a cometer el mismo error…
La clave en este momento es que el monstruo admita ser un monstruo. Justificar lo injustificable con la justificación de que no hay justificación posible. “Perdóname, no tengo excusa”.
Cuando Brian se cansó de estar solo, se acercó a la casa de mis amigas que sentía prácticamente como un refugio, para convencerme de que tenía que volver a la ratonera. Una cadenilla y un puñado de centímetros era lo único que me separaba de él. Una cadenilla fina y débil que por momentos parecía de hilo. El monstruo me encandiló de nuevo y accedí a quitar la cadenilla, y el zarpazo, en este caso un abrazo envenenado, me llevó a mí, a la chica independiente y sexy, a la chica que antes de conocer a Brian había logrado un premio como mujer de negocios excepcional, aquella chica empresaria que sustentaba una compañía de éxito, a volver a la casa donde recibiría, en un último acto declarativo, un puñetazo en la cara.
La vuelta al hogar: encontrarme a mí misma
No necesito ningún girasol. No como este.
Librarme de Brian fue empezar a vivir de nuevo. Pero de esta experiencia me llevo algo: acabé por conocer los puntos débiles de Roz. Nadie va a poder con ella nunca más, y mis dibujos lo demuestran.
Roz habla de Roz en tercera persona cuando es ella misma. Pero lo hace porque no reconoce a la persona que hizo esos dibujos. Esto le permitió el lujo de analizarse concienzudamente, dándose cuenta de cosas tan reveladoras como el dibujo de su terapia psicológica, en la que se representaba pequeña, como si fuese una niña, de manera absolutamente inconsciente.
Me despido de Roz y me voy mirando al suelo. Roz me pregunta que qué me pasa y yo le digo que nada, que estoy bien. Le doy un beso en la mejilla y le sonrío para que no se preocupe. Ya había pasado bastante.
Camino a casa después de clase, le sigo dando vueltas a lo mismo que me atormenta desde el que conocí a Roz y que tanto miedo me da decir: “yo he maltratado”, “a mí me han maltratado”.
- Cada vez que mis celos han ganado la batalla, he maltratado.
- Cada vez que me han manipulado para dejar una amistad de lado, me han maltratado.
- Cada vez que he intentado cambiar a alguien, he maltratado.
- Cada vez que me han intentado cambiar a mí, me han maltratado.
- Cada vez que no he sabido cómo querer, he maltratado.
- Cada vez que no me han sabido cómo quererme, me han maltratado.
Y al final de todo, solo me queda pensar que a querer se aprende, y que para aprender se cometen errores. Y aunque encontrar cualquier similitud con las primeras fases de Brian y Roz pueda ser lo más terrorífico que puedas imaginar, aprenderás algo que tal vez no te hayas planteado nunca:
Que no se trata de querer mucho… se trata de querer bien.
“Quiéreme bien” (Editorial Lumen), de Rosalind B. Penfold, debería estar expuesto en todos los institutos, en todas las aulas. Debería ser tan difundido como El Quijote, debería celebrarse en todo el mundo el aniversario de su creación, pero esto es un cómic, y los cómics nunca tendrán el lugar que merecen. Vosotros podéis encontrarlo en Fnac, también en la biblioteca regional. Sea como sea, no dejéis de leerlo.
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[…] El mundo necesita cómics: "Quiéreme bien, una historia de maltrato" […]