Los buenos festivales tratan no solo de complacer al público sino de sorprenderlo. Es por ello que encontremos carteles arriesgados en festivales como la Mar de músicas y por supuesto en San Javier. Este último escuchó a la audiencia que pedía el año pasado algo como Triosence, una banda formada por tres músicos alemanes que lejos de la frialdad que se atribuye al norte de Europa llenaron de sentimentalismo un festival que acostumbra más al festejo standard.
Bernhard Schüler (piano)es uno de esos compositores que cabalgan entre la elegancia minimalista sin aspavientos virtuosos que de igual forma dejan boquiabierto al público. Es de agradecer que colgara el saxofón de su juventud y se sentara a dar forma a sus cávalas a golpe de martillo en el piano. Presentaba el concierto con una vergüenza propia de quien tiene algo íntimo que contar y que a base de chistes intenta restar rojez a sus mejillas. No le culpen, es complicado confesarle a un gran público que vas a tocar canciones inspiradas en las mujeres que te han destrozado la vida.
Nos pillaron en frío. No One’s Fault es el tema que presenta su último disco, e hicieron lo propio con el concierto ante un público que llega feliz a un evento musical y necesita de adaptación para introducirse en las miserias humanas. No obstante teníamos a Stephan Emig (percusión), un músico que se sale de la norma, único en su especie. De los que se le escapó anotar a Darwin. A este hombre no le han enseñado lo que significa la palabra postproducción. Durante todo el concierto y en mitad de las canciones intercalaba todo tipo de instrumentos con más arte que un bailaor flamenco con lunares tatuados en la jeta. Panderetas, timbales, cajón peruano, un plato en forma de espiral, todo tipo de baquetas, crótalos, una kalimba y su propio cuerpo, desde las rodillas hasta la boca. Así es como enamoró a un público al que obligó con su sonrisa a palmearse los muslos durante el tema entero de Winter Rain. Y oye, tan comprometidos. Una atmósfera abrumadora solo apta para gente con corazón duro. Y es que con esa facilidad y bondad para percutir no había Dios que no se congraciara con la risa boba. Esa otra vertiente de virtuosos que no habla de bpm’s. Y es que al parecer esta edición del festival está dejando un especial y merecido protagonismo a los percusionistas.
“Está bien, pero es demasiado feliz” le recriminaba un amigo al compositor del trío que se resignó a revisar y revisar uno de los temas. La cuestión es que la desesperanza, el desangelo de sus composiciones cala en el público con una contradictoria felicidad. Summer Rain sirvió para constatar que Matthias Nowak (bajo) es otro hueso duro, frotando su contrabajo con un shaker anclado al arco mientras el pianista hacía girar un palo de lluvia, pero no era un palo de lluvia, era un paraíso tropical, un paseo entre palmerales húmedos de rocío.
Triosence es la prueba de cómo los pesares de una vida se pueden canalizar a través del arte y llegar generalizados, limpios y aptos para ser tomados en concordia con los oyentes que, así, en conveniencia, los toman como propios y los sienten con el matiz del arrojo y la empatía de quienes los padecieron y los regalan en forma de jazz. Triosence en directo es un abrazo atípico que no esperas. Bernhard Schüler un genio de nuestra época que consigue no decantarse en almíbares propios de este estilo.
Dudo que pueda hacerse un concierto más bonito que este en esta y cualquier edición del festival. Anoche Triosence recibió la mayor ovación que yo he escuchado en lo que va de festival, y no, no en el último tema, ni con gente bailando en la orchestra ni con un auditorio a a tope de sus localidades. Ese es el indicador que revela lo que han conseguido, un magnífico concierto basado en la tristeza y esperanza que lejos de mojar bragas y gayumbos ha cosido, sin verter sangre, los sietes que durante todo el concierto han hecho con una fiereza magistral. Hay que descubrir que el mayor tesoro está dentro de uno mismo. Ese fue el mensaje de Bernhard Schuler.
Pero todo lo bueno acaba y los conciertos se suceden, y por megafonía nos cuentan que viene uno de los mejores grupos de soul de la actualidad. Y yo pienso, si el “nuevo soul” suena así me salgo del cine. Bassment Project es una mala broma de chiquillos que provienen de la era de la comedia romántica. Si Marvin Gaye levantara la cabeza no preguntaría si siguen habiendo judíos, pero sí que si Bassment Project es el grupo de referencia, mejor que lo congelen hasta que el reggaetón se ponga otra vez de moda.
No hay que dejarse llevar. La puesta en escena está cuidada. Hacen buenas transiciones entre vientos y transmiten el baile al público, un baile histriónico. Pero el imaginario de sus temas va de corto a nulo. Todos repiten una y otra vez los mismos fraseos ripios como si un malvado director de orquesta les limitara a hacer algo fuera de la norma. Ahí es donde se escapaba de vez en cuando el líder y guitarrista Mike Davies, único miembro que no avergonzó al público durante la presentación más larga y fútil de la historia. Y es que sabemos bien que en el jazz todos “solean”, pero en el soul no es norma y no hay por qué copiar. Dos saxofones a los que con ojos cerrados únicamente se podía diferenciar porque tenían micros distintos y con los ojos abiertos por el color de piel. Una trompeta “innovando” con el When Saints Marching In, un bajista al que se le trababan los dedos de la velocidad que no podía alcanzar, un batería al que tuvieron que cortar porque se moría de la vergüenza de no saber hacer un solo, un órgano hammond repitiendo lo de los saxos. Eso sí, Alani Gibbon (voz y coros)pegando saltos descalza rozando el registro de silbido con su voz nos hizo ver que aunque no la dejen cantar demasiado en ese grupo hay talento. Pero qué quieren que les diga. Fueron veinte minutos en los que aburrieron a un público al que habían hecho bajar a bailar versionando a Maceo Parker. Cuando ya los tenían conquistados hicieron que esa pobre gente, harta del infame espectáculo, birlara los asientos a los abonados para no caer redondos al suelo del tedio. Algunos valientes siguieron bailando. El resto recogimos e intentamos alcanzar a los que se habían ido.
Fotografías de Pedro Antonio Álvarez García
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