“He llegado con la sensación de no saber qué iba a encontrarme y me voy como he venido” me comenta un amigo. Estamos ante el espectáculo que muchos fans llevan esperando más de 1 año. El Circo de Las Delicias es el espectáculo que da sentido a un proyecto nacido en la huerta de Murcia llamado Bosco. Ellos, los fans, repiten: Bosco no te deja indiferente. Yo, que es mi octava vez, que lo considero la joya murciana por excelencia, es con diferencia la vez que más indiferencia me ha causado.
A Bosco cuesta entenderlo. Un grupo de hippies haciendo psicodelia con olor a limonero te pilla a contrapié y la primera reacción suele ser el rechazo. Pero ni son esos hippies ni son esa psicodelia. Bosco es algo que va más allá. Su conciencia mística aúna huerta con literatura inglesa, con mitos y ritos, con principios sagrados inscritos en la sangre animal. Todo esto pasa, cierto, por la psicodelia. ¿Cómo podría contarse si no? Las mentes que van más allá abandonan la tierra llevándose su simiente con ellas, pero la única forma de hacerlo es a través de la magia y el onirismo. Bosco viaja. El verdadero Bosco improvisa y ama el lado salvaje del humano y aún más la melodía que calma al más aterrador y destructor hombre civilizado. La aman toda. La música proviene del ser allá donde esté. Proviene de una flauta hecha con una rústica pluma, proviene del baile del fuego que proyectan las creencias, del sentirse uno con el polvo que nos parió.
Empiezan con un círculo difónico y acaban con un círculo de fuego. El setlist respeta el orden del disco. Escucha La Luna saca los colores a un David Moretti a ratos desafinado. Uno de los personajes, la ninfa que danza en una tragedia griega inventada, se retuerce por el escenario. Enrique Martínez que entona el canto étnico mientras vaga sin rumbo por el escenario, le presta la flauta del pastor a David Moretti a través de las manos de la ninfa. La poesía que normalmente versa Moretti está en manos de un hombre ataviado con ropas griegas (Iván Hermes). Ya suena Pyper. El ritmo es bueno, la ambientación también, pero falta algo. ¿Puede ser Valente Seisdedos? Ya está bajo su árbol conjurando a las ánimas. Recita con esa voz tan profunda y auténtica que le legitima como creyente de la emboscada. También es bueno, pero sigue faltando algo. Es el turno de Esther Fernández. Su traje brilla, pero mucho menos que ella. Te cautiva con sus sostenidos agudos, con esa bossa que ocupa buena parte de Bosco y le sale haga lo que haga. Una introducción aterradora, casi infernal que deleitaría al canto del pájaro. Pero joder, sigue faltando algo. Viimeistä Paivää termina de afinar a Moretti que ríe como una bruja. El final apoteósico de este tema queda intacto. Ya no me falta nada. Empiezo a comprender lo que ocurre, pero necesito un par de canciones para admitirlo.
Pasamos por Silence. El griego recita las palabras que fuera del circo son de Moretti y cuesta creerlo. El griego desaparece para siempre, como también podría volver, como… Al espectáculo le falta un sentido del guión y aunque Bosco hable del sentir también lo hace a través de una estructura clásica que no respeta y que no sabe modelar con acierto. Esto crea situaciones de caos que se traducen en la búsqueda del espectador de algo que no existe. Amore e morte es repetitiva hasta decir basta, pero es tan potente que un auditorio podría vaciar los esfínteres de todo ser viviente que lo morare y aun así suena aburrida. Toda sorpresa sale de un David Moretti que lleva largos conciertos irreconocible, pero que hoy se ha cargado a las espaldas el peso de un espectáculo blando.
Iván Hermes se convierte en un fauno y por fin veo el descaro y el sentido del show. Esto sí es Bosco. El humor mundano, zafio y esperpéntico de sus palabras y movimientos que aluden a lo bajo del ser, y en el extremo más lejano al amor. La banda nunca ha dejado de sonar bien, pero solo bien, correcta, sin más. Gonzalo (percusión) lucha por dar el golpe más picado; Juande Mestre (bajo), descalzo, a penas pisa el suelo; y cuando Jesús Fictoria (guitarra solista) se cuelga la trompeta, Jimmy Scott se aparece en el escenario y éste se convierte en una habitación roja. ¿Suficiente?
Estamos concluyendo. El círculo de fuego se ha formado. Todos los personajes bailan y saltan al ritmo de El Timón y yo vuelvo a ver a la “torre Eiffel”, una mujer a la que en cada concierto al que he asistido he visto y me ha fascinado. Esta vez subió a bailar al escenario junto con una jauría de fans. Esta vez sin embargo no fui a buscarla. Tuve una sensación de vacío. En El Circo de las Delicias existe una energía que no proviene del espectáculo si no de las propias canciones. Es la banda la que proyecta una buena imagen ya de atrás alimentada. El caos se apoderó de un espectáculo que más que explicar su proyecto lo enturbia. Bosco es auténtico cuando toca a ras del suelo. Cuanto más alto es el escenario más se aleja de la tierra que lo alimenta. Y sin el néctar del que libar, el circo y la magia puede que se conviertan en la celda seca de un panal del que no podrán escapar.
Fotografías por Diego Montana.
No Comments